El
evangelio de hoy nos sitúa de nuevo en aquel «primer día de la semana» en que
Jesús resucitó de entre los muertos. Los discípulos del Señor reunidos en el
Cenáculo en torno a María están, nos dice san Juan, encerrados allí por miedo a
los judíos (Jn 20, 19).
No es de extrañar que se encuentren así. Sin Jesús es normal tener miedo.
Por
eso, cuando Él aparece en medio de ellos lo primero que sucede es que se disipa
ese temor por el don de la paz, de la verdadera paz interior, que les hace el
Señor resucitado. Y, en consecuencia, «se llenaron de alegría al ver al Señor» (Jn 20, 20). Cristo resucitado es la fuente de la paz
y de la alegría, en él la encontrarás siempre; no dejes de buscarla en Jesús,
especialmente cuando más la necesitas.
San Juan Pablo II proclamó
el 30 de abril del año 2000 el segundo domingo de Pascua como Domingo de la
Divina Misericordia. Una devoción que le era muy querida y que marcó toda su
vida, hasta el mismo momento de su paso al cielo, que tuvo lugar en la víspera
de la celebración de esta fiesta el 2 de abril de 2005.
Pero más allá de
difundir una devoción buena y piadosa, el santo papa polaco apuntaba hacia lo
que constituye el núcleo central del evangelio, que nos revela plenamente el
rostro misericordioso de Dios en Jesucristo, algo que el Antiguo Testamento
solo alcanzó a esbozar.
En palabras del Papa
Francisco: «La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la
Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con
la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia
el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a
través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia vive un deseo
inagotable de brindar misericordia».
Tu vida de hijo de Dios se
apoya en la misericordia divina, en la que descansa toda la vida de la Iglesia.
Y toda la actividad, corporativa y personal, de los discípulos de Jesús en su
afán de cumplir el mandato de Cristo de llevar el evangelio a todas las gentes,
encuentra su apoyo y su impulso en la misericordia de Dios. Por eso es para ti
más que una devoción, es la fuente que te da la vida, el apoyo que sostiene tu
camino, tu esperanza al mirar hacia el futuro. Es, de hecho, la única esperanza
del mundo. Por eso une tu oración a la de san Juan Pablo II cuando consagraba
el mundo entero a la Divina Misericordia y dile de corazón:
Dios, Padre misericordioso,
que has revelado tu amor en
tu Hijo Jesucristo
y lo has derramado sobre
nosotros
en el Espíritu Santo,
Consolador,
te encomendamos hoy el
destino del mundo
y de todo hombre.
Inclínate hacia nosotros,
pecadores;
sana nuestra debilidad;
derrota todo mal;
haz que todos los
habitantes de la tierra
experimenten tu
misericordia,
para que en ti, Dios uno y
trino,
encuentren siempre la
fuente de la esperanza.
Padre eterno,
por la dolorosa pasión y
resurrección de tu Hijo,
ten misericordia de
nosotros
y del mundo entero. Amén.
Pidamos al Dios de infinita misericordia, acudiendo a la intercesión de Santa María y del Ángel Custodio de España, que ilumine a los españoles en este día de elecciones generales.
EVANGELIO
San Juan 20, 19-31
Al anochecer de aquel día,
el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les
dijo:
—Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les
enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver
al Señor. Jesús repitió:
—Paz a vosotros. Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su
aliento sobre ellos y les dijo:
—Recibid el Espíritu Santo;
a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce,
llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros
discípulos le decían:
—Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
—Si no veo en sus manos la
señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto
la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban
otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas
las puertas, se puso en medio y dijo:
—Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
—Trae tu dedo, aquí tienes
mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino
creyente.
Contestó Tomás:
—¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
—¿Porque me has visto, has
creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo
Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su
nombre.
Juan Ramón Domínguez Palacios
http://lacrestadelaola2028.blogspot.com
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