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miércoles, 6 de enero de 2010

Bono desafía a la Iglesia

El desafío de Bono a la Iglesia: cómo sembrar la confusión con fines partidistas

Manuel Cruz (Análisis Digital) 06/01/2010
La curiosa pugna que ha pretendido mantener el presidente del Congreso, José Bono, con la Iglesia, a propósito de una materia que desconoce, se ha mantenido hasta ahora en unos cauces en apariencia religiosos, pero ya ha saltado a la arena política. Mientras Bono trataba de dar una lección a los obispos sobre las licencias que puede tomarse un católico en el ámbito moral sin incurrir en pecado, la jerarquía eclesiástica se ha limitado a recordarle los límites morales fijados por la doctrina católica para vivir en comunión con la Iglesia. Pero Bono va mucho más allá de una mera discrepancia moral.

Llama poderosamente la atención el hecho de que en esta pugna, aireada interesadamente por algunos medios de comunicación que muestran una habitual agresividad con la jerarquía eclesiástica, han llegado a intervenir un par de curas y una monja para mostrar su apoyo al señor Bono mientras algún comentarista de dudosa fe católica, se ha atrevido nada menos que a levantar un altar virtual al presidente del Congreso por su “valentía” al confesarse católico y hacer lo que le parezca oportuno sin renegar de su fe.

Situemos las cosas en su contexto. El señor Bono anuncia, en un momento dado, que votaría a favor de la ley del aborto presentada por el Gobierno, porque le parecía más importante la fidelidad a su partido que a su conciencia de católico y en contra, por tanto, de la postura de la Iglesia sobre el aborto, reiteradamente expuesta a lo largo del tiempo. En unas declaraciones posteriores y de acuerdo con las notas oficiales hechas públicas por la CEE, el portavoz de la misma recuerda que ningún político que se declare públicamente católico, puede votar a favor de una ley que niega el derecho a la vida humana. Cuando se acerca el día de la votación, Bono insiste en que el hecho de ser católico no le impide votar en favor de la ley porque, entre otras cosas, considera que ésta “mejora” la anterior; para ello se acoge a un párrafo de la encíclica “Evangelium vitae” –que condena el aborto- en el que se admite que un político podría respaldar una ley en sí inmoral tan solo cuando se demuestre palmariamente que con ella se restringen los daños causados por una anterior.

Ante esta explicación, la Iglesia vuelve a recordar a Bono que la nueva ley, lejos de restringir las posibilidades de abortar, lo que hace es convertir el aborto en un derecho que deja plena libertad a la mujer embarazada para desprenderse de su hijo sin limitación alguna hasta la semana 14 de embarazo, cuando la ley que se pretende reformar fijaba unos supuestos concretos fuera de los cuales no era posible la interrupción del embarazo. En consecuencia, el respaldo de un católico a esa ley supone un grave pecado que le excluye de la comunión con la Iglesia. Y es bien sabido que un católico en pecado mortal no puede comulgar si no se arrepiente en confesión sacramental y se retracta. En el caso de Bono, su arrepentimiento, además, debería ser público y notorio, pues pública y notoria ha sido su manipulación de la doctrina. Por supuesto, nada de esto ha ocurrido sino algo más grave aún: la declaración del propio Bono de que ha vuelto a comulgar después de votar a favor de la ley; o sea que ha incurrido en sacrilegio.

Podría decirse que, hasta aquí, y al margen de que el señor Bono haya engañado a su propia conciencia, la polémica se situaba en un plano meramente moral, en el cual un católico se permitía discrepar públicamente de la propia doctrina, recordada por la jerarquía eclesiástica de manera pública y meridiana. Y, en realidad, ahí hubiera muerto la polémica si el señor Bono no hubiese insistido en sus argumentos, situándose abiertamente frente a la Iglesia al tiempo que trataba de hacer prevalecer su criterio, contrario a la doctrina, de que un católico puede apoyar el aborto sin que le acuse la conciencia de nada.

Pero el problema que ha planteado el señor Bono con su reiterado rechazo de la doctrina, disfrazado de discrepancia con algunos obispos, empieza a rebasar ya el ámbito meramente moral para saltar al político. Porque en su fidelidad a las directrices del partido socialista, en contra de la fidelidad debida a su fe, lo que se desprende es un objetivo que va más allá de sus opiniones morales y sus problemas de conciencia: lo que el señor Bono pretende es, nada más y nada menos, que arrastrar a los votantes católicos del partido socialista a creer que la doctrina de la Iglesia es errónea o está ya rebasada y que solo él posee la verdad.

En pocas palabras: Bono quiere demostrar con fines claramente electorales, que se puede ser católico y, al mismo tiempo, ir contra el magisterio de la Iglesia, con la insinuación añadida de que los obispos son unos “conservadores” insoportables, todo ello coreado por los “progres” que nunca faltan y que se aferran a cualquier pretexto para atacar a la jerarquía.

Así las cosas, la polémica se ha convertido ya en un argumento de profundo calado político, al margen por completo de la Iglesia, al intervenir otros partidos. Así, el portavoz de Interior del PP en el Congreso, Ignacio Cosidó, consideraba ayer "lamentable" que el presidente de la Cámara Baja, José Bono, esté promoviendo un enfrentamiento entre la jerarquía católica y sus fieles por un interés "estrictamente político". En un artículo publicado en su página personal de Internet, Cosidó dice respetar la decisión de Bono de haber votado a favor de la Ley del Aborto, pero critica que la defienda como la mejor forma de reducir el número de abortos en España. "Esta ley –afirma el diputado popular y no le falta razón- es un paso atrás en la defensa del derecho a la vida, reconoce el aborto no como un mal, sino como un derecho de la mujer, y nos sitúa a la vanguardia de los países con legislaciones más pro-abortistas de Europa".

El parlamentario popular recuerda en su artículo un principio que el señor Bono ha olvidado deliberadamente: "Nada ni nadie puede obligar a pertenecer a la Iglesia Católica ni a recibir uno sólo de sus sacramentos, pero hacerlo implica la aceptación de unos principios, entre los que el derecho a la vida ocupa un lugar preeminente, y la aceptación también de una autoridad que culmina en el sucesor de Pedro en Roma... Lo que no se puede es servir al mismo tiempo a Dios y al diablo". El señor Cosidó lleva toda la razón, sea del partido que sea...

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