Cristo anuncia la liberación de los
pobres, los cautivos y los ciegos, carencias que engloban todas las
necesidades humanas tanto corporales como espirituales. Ella abarca la
totalidad de las ataduras humanas, pero, especialmente, la del pecado.
No existe ningún fundamento bíblico que lleve a confundir la salvación
cristiana con las propuestas de signo político, con los programas
económicos o de promoción social y cultural, aunque éstas no sean
ignoradas. ¿Es preciso recordar con sencillez que Cristo no fundó ningún
dispensario médico, por ofrecer un ejemplo, aún cuando curó a muchos?
La misión de la Iglesia es de naturaleza
eminentemente espiritual, aunque a lo largo de su historia ha creado y
promovido innumerables organismos de ayuda de todo signo. Los primeros
cristianos manifestaron su amor a todos atendiendo a las necesidades
materiales de todos sin olvidar las del alma. No daban sólo lo que les
sobraba, eran generosos y espléndidos, sino que se daban “a sí mismos,
primeramente al Señor y luego, por voluntad de Dios, a nosotros” (2 Cor
2,5). Con toda probabilidad alude S: Pablo aquí a la evangelización.
Comentando este pasaje, S: Tomás dice: “así debe ser el orden en el dar:
que primero el hombre sea aprobado por Dios, porque si no es grato a
Dios, tampoco serán recibidos sus dones”.
Hemos de ser sensibles a estas
necesidades. “No puede un cristiano conformarse con un trabajo que le
permita ganar lo suficiente para vivir él y los suyos: su grandeza de
corazón le impulsará a arrimar el hombro para sostener a los demás, por
un motivo de caridad, y por un motivo de justicia” (S. Josemaría
Escrivá).
Pero hay una pobreza cultural religiosa,
una esclavitud y una ceguera del alma, que deben ser atendidas con
mayor desvelo aún. “El que ama a su prójimo, debe hacer tanto bien a su
cuerpo como a su alma”, sentencia S. Agustín. Preguntémonos: ¿me
preocupan quienes me rodean, su falta de formación, su confusión
doctrinal, su vacío, su tristeza? ¿Olvido que si ayudo a los demás a
conocer a Jesucristo y seguirle pondré remedio a asuntos que no se
solucionan con remedios humanos sólo y contribuiré a que, como en la
sinagoga de Nazaret, muchos alaben a Jesucristo?
Recordando a S. Pablo, podríamos
concluir que ya podemos distribuir todos nuestros bienes a los pobres,
que si nos faltara el amor a Dios y, por él, a todos los hombres y a
todo el hombre, no seríamos sino una campana que suena, alguien que se
movió un poco, pero cuyo eco se pierde en el silencio del tiempo, como
el tañido de las campanas cuando muere la tarde.
Justo Luis R. Sánchez de Alva
Almudí
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