En su carta de este mes, Mons. Javier Echevarría explica la relación que hay entre la Cruz y la alegría. Además, invita a intensificar, durante las próximas semanas, la oración por la familia
Os escribo –así comienza Mons.Javier Echevarría su Carta pastoral de este mes de septiembre− después del viaje a la República Dominicana, a Trinidad y Tobago, y a Colombia, antes de marchar a Torreciudad para la ordenación sacerdotal de tres hijos míos (…) y a la Jornada Mariana de la Familia, que tendrán lugar los días 6 y 5 de septiembre, respectivamente.
En primer lugar, continúa, deseo haceros partícipes de mi alegría y agradecimiento al Señor por los abundantes frutos espirituales que he podido ver en ese viaje: he aprendido mucho y os he recordado a diario. Al contemplar la labor apostólica en esos países, pensaba que era fruto de aquel esconderse y desaparecer de san Josemaría, desde los comienzos, y de aquel rezar, con una fe sólida y constante, por los y las que vendríamos después. Se nota cómo Dios, por intercesión de la Santísima Virgen y de nuestro Padre, impulsaba −también ahora− la expansión de la Obra.
En esta línea sugiere recurrir más a Santa María en este tiempo del año mariano que aún nos queda por delante. Intensifiquemos esa oración durante este mes, con motivo delEncuentro Mundial de las Familias que se celebrará en Filadelfia, con la asistencia del Papa (…) e invita a acudir de modo especial a la intercesión del queridísimo don Álvaro(…), afirmando que es lógico que nos apoyemos en su plegaria, también porque impulsó con gran eficacia el apostolado en el ámbito de la familia.
Dos puntos cardinales de la existencia cristiana
Afirma el Prelado: En septiembre, me gusta recordaros dos puntos cardinales de la existencia cristiana, inseparablemente unidos entre sí y que deben arraigar en nuestras vidas personales: la Cruz y la alegría. No cabe una alegría honda sin que esté enraizada en la entrega de Jesús en el Madero (…) y menciona una anotación de San Josemaría, en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz de 1938: Pedí al Señor, con todas las veras de mi alma, que me dé su gracia para exaltar la Cruz Santa en mis potencias y en mis sentidos... ¡Una vida nueva! Un resello: para dar firmeza a la autenticidad de mi embajada... ¡Josemaría, en la Cruz! −Veremos, veremos…, lo que da pie a Mons. Echevarría para sugerir que unidos al ruego a Dios de nuestro Padre, supliquemos sinceramente al Señor que nos conceda la gracia de encumbrar bien alta la Santa Cruz en nuestra alma y en nuestro cuerpo, en nuestras potencias y sentidos, y ¡sin miedo!, porque estar muy cerca de la Cruz —con Cristo en la Cruz, como repitió san Josemaría— colma de paz y de serenidad, aunque quizá en un primer momento nos resistamos un poco. Para entonces resulta muy oportuno recordar aquel punto de Camino: ¿Lo quieres, Señor?... ¡Yo también lo quiero!
Después de animar a esforzarse por transmitir esta aspiración con la palabra y con la conducta: amando el sacrificio también cuando se presente de modo inesperado, y buscándolo activamente en las cosas pequeñas de cada jornada: In lætítia, nulla dies sine cruce; Señor, no queremos que pase ningún día sin Cruz, siempre con gozo y con paz, sugiere considerar cómo tratamos de empaparnos de esta realidad. En aquellos momentos en los que se alza rebelde nuestro yo, y vemos la necesidad de negarnos a nosotros mismos, ¿lo llevamos a cabo con gozo? ¿Comprendemos que esa actitud, necesaria para servir a los demás por Dios, es señal segura del verdadero amor? ¿Entendemos que para seguir de cerca a Jesús hay que ir superando todas las manifestaciones de pensar demasiado en nosotros mismos?
Y continúa: para que la Obra viniera a la tierra, el Espíritu Santo llevó a nuestro Padre −como nos quiere conducir a nosotros− por las sendas de la mortificación y de la penitencia. No pongamos coto a estos requerimientos divinos. Pidamos la gracia de dejarnos conformar a Cristo crucificado, camino para alcanzar la verdadera felicidad. Por eso, te pregunto y me pregunto: ¿amamos la Cruz?; ¿la buscamos en las circunstancias de nuestro caminar cotidiano?; ¿procuramos fomentar la alegría sobrenatural cuando Jesús pasa a nuestro lado y nos pide una renuncia, sabiendo amoldarnos a lo que nos sugiere en la vida de piedad, en el trabajo, en la fraternidad?, afirmando a continuación que es importante que apliquemos estas consideraciones no sólo a la conducta personal, sino también en el seno de la vida en familia (…), en los ambientes donde habitualmente nos desenvolvemos. La convivencia con otras personas ofrece muchas ocasiones de limar las asperezas de nuestro carácter, de nuestra personalidad...
Después de algunas consideraciones sobre las palabras permiso, gracias, perdón, repetidas por el Santo Padre Francisco en varias ocasiones (ver Audiencia general del 13.5.2015), afirma: doy muchas gracias a Dios porque, en la Obra, de nuestro Padre hemos aprendido este espíritu. Hay que meterse el carácter en el bolsillo −decía− y, por amor de Jesucristo, sonreír y hacer agradable la vida a los que tenemos junto a nosotros. Y a los esposos −consejo que se puede aplicar a otras relaciones interpersonales− les decía:como somos criaturas humanas, alguna vez se puede reñir; pero poco. Y después, los dos han de reconocer que tienen la culpa, y decirse uno a otro: ¡perdóname!, y darse un buen abrazo... ¡Y adelante! Pero que se note que ya no volvéis a tener litigios durante mucho tiempo.
Después de reafirmar que hemos de ser hombres y mujeres de fe, asegura que es hora −como decía nuestro Padre− de llegarnos a la Cruz cotidianamente y pedir con fuerza aquello que san Josemaría suplicaba a Nuestro Señor con frecuencia, al besar el crucifijo: Señor, baja de la cruz; es hora de que suba yo, concluye: ojalá venga a nuestra mente muchas veces: ¿qué haría Jesús ahora? ¿Cómo se entregaría? Estoy persuadido de que nuestra pequeña cruz, la tuya y la mía, tomada con determinación, con alegría, contentos de ese hallazgo, se vuelve cauterio para las heridas del mundo actual. No hay aquí nada de pesimismo: con Cristo tenemos hambre de dar el sabor de Dios a quienes se encuentran lejos de Él. Así contribuiremos al mejoramiento de la sociedad y a la recuperación de la institución familiar, que con tanta confianza pedimos a la Virgen Santísima, especialmente el próximo día 8 en que conmemoramos su nacimiento.
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