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domingo, 20 de septiembre de 2015

EL DÍA DEL SEÑOR: DOMINGO 25º DEL T.O.

“Quien quiera ser el primero...” Jesús cierra la discusión de sus discípulos sobre quién era el más importante proponiendo la humildad que se articula en el servicio a quienes nos rodean. Una llamada, pues, a no creerse superiores a los demás o pensar que la razón está de nuestra parte y los equivocados son los otros. Al presentar como modelo de comportamiento a un niño apela a la sencillez de corazón tan propia de ellos.
¿Es preciso llamar la atención sobre la importancia que este comportamiento tiene en el hogar y lo determinante que es para la armonía familiar así como en la vida social? De la humildad nadie sabe nada hasta que no se presenta el momento de practicarla y elevamos el amor propio a la altura del zapato. Tal vez pensemos que no somos personas engreídas, vanidosas, violentas; que tenemos el amor propio bastante controlado y que, sólo de vez en cuando y como por descuido, éste salta ofendido. Sin embargo, ¡cuántas veces reaccionamos sin humildad ante un desaire, un reproche, una indicación hecha con cariño o ante esos pequeños roces que se producen en el hogar y en el trato con amigos y colegas y que con un poco de buen humor o serenidad se superarían!

Preguntémonos: ¿Me ofendo cuando no me escuchan, no me consultan o mis puntos de vista no son tenidos en cuenta? ¿Quiero tener siempre la razón, no por amor a la verdad, sino por afán de dominio? ¿Empleo un tono categórico al hablar que deje bien clara mi superioridad o mi competencia al hablar, sin prestarme al diálogo o haciéndolo por pura táctica? ¿Culpo a los demás de que las cosas no marchen como debieran y jamás, o raras veces, pienso si ello es debido a mis omisiones? ¿Pido consejo comprendiendo que no hay empresa, por pequeña que sea, que no cuente con un buen número de asesores, un consejo de administración, redacción, etc? En fin, y para no cansar, ¿justifico mis equivocaciones con las manidas expresiones creí que, es que, pensé qué, u otras semejantes?
La sencillez esta la base de todas las virtudes cristianas. Jesús nos pide que tomemos nota de las buenas cualidades que adornan a los niños, “no por la edad sino por la sencillez” (1 Cor 14, 20). La humildad trae hasta nosotros la paz, la calma y la serenidad que proporciona a los pequeños el abandono confiado en los brazos de sus padres.
Cuando no se va mendigando el aplauso de los demás -tantas veces interesado- o la primacía sobre quienes nos rodean, sino el reconocimiento y la aprobación del Señor, el alma se instala en esa placidez y ese reposo del niño que vive persuadido que sus padres no le abandonarán o perjudicarán haga lo que haga y pase lo que pase. Recordemos también que nadie sabe de la humildad más que María. Ella nos ayudará a practicarla si se lo suplicamos.

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