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domingo, 4 de octubre de 2015

EL DÍA DEL SEÑOR: DOMINGO 27º DEL T.O. (B)

¿Qué hacer para que el amor que unió a dos personas “en una sola carne” no lo apaguen las discrepancias de caracteres y gustos, el paso lento de los días iguales, los desengaños y los sinsabores y penas de la vida?
El amor es como un fuego que debe ser cuidado y alimentado cada día sacrificando troncos y ramas, y avivándolo con el soplete, el viento del Espíritu que lo hizo prender en el corazón de cada uno. 
Serán esos troncos y ramas de la paciencia, la delicadeza en el trato mutuo; los detalles de servicio; el no elevar destempladamente la voz; evitar las indirectas; ese saber cuando se debe callar y cuando el silencio puede resultar antipático o hiriente; el buen humor en los momentos de tensión; el no querer tener siempre razón porque es más importante tener armonía y paz que tener razón; el pasar por alto los pequeños fallos que todos cometemos en la vida; ¡y tantos detalles pequeños más! Troncos y ramas que mantendrán encendido ese fuego. Recordemos esto: el amor no resuelve los problemas, los elimina, impidiendo que se produzcan.

Ya sabemos que la convivencia no siempre es fácil, pero no la hagamos más difícil todavía descuidando esas pequeñas cosas que el amor convierte en grandes y que hacen, también grande, al amor. “Un pequeño acto, hecho por Amor, ¡cuánto vale!”, afirma S. Josemaría Escrivá, y añade: “Has errado el camino si desprecias las cosas pequeñas”.
Aquella gran figura que fue el cardenal Newman escribió: “No es posible encontrar a dos personas por muy íntimas que sean, por mucho que congenien en sus gustos y apreciaciones, por mucha afinidad de sentimientos espirituales que existan entre las mismas, que no se vean obligadas a renunciar en beneficio mutuo a muchos de sus gustos y deseos si quieren vivir juntas felizmente. El compromiso, en el más amplio sentido de la palabra, es el principio de toda combinación, y cualquiera que insista en gozar plenamente de sus derechos, en manifestar sus opiniones sin tolerar las de su prójimo, y de esta suerte en los distintos aspectos, habrá de resignarse forzosamente a vivir solo, pues le será imposible hacerlo en comunidad”.
No le cerremos la puerta a la armonía familiar por el egoísmo de pensar sólo en los propios gustos e intereses. Ningún valor por grande que parezca es comparable a la paz familiar. ¡Unidad por encima de todo, aunque haya que sacrificar algún derecho! No hay felicidad allí donde no hay fidelidad a esas pequeñas renuncias, a esas menudas atenciones, que hacen grande y fuerte el amor y constituyen el secreto de la armonía conyugal.

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