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sábado, 24 de octubre de 2015

“Hay que restituir el honor social a la fidelidad del amor”

Aunque una parte de los debates del Sínodo se han centrado en las necesidades de las familias irregulares –divorciados vueltos a casar, personas que conviven, etc.– el Papa Francisco dedicó el miércoles especial atención a los “millones de hombres y mujeres” que cada día viven fielmente su amor conyugal, y pidió que, “a través de san Juan Pablo II, el Sínodo renueve en toda la Iglesia el sentido del innegable valor del matrimonio indisoluble y de la familia sana, basada en el amor recíproco del hombre y de la mujer, y en la gracia divina”.
“Es necesario devolver el honor social a la fidelidad del amor”
En la audiencia del miércoles, el Papa Francisco comentó que igual que los padres hacen importantes promesas a los niños, desde el momento en que son pensados en el amor y concebidos en el seno de la madre, “podemos añadir que, mirándolo bien, la entera realidad familiar está fundada en la promesa – pensar bien esto: la identidad familiar está fundada en la promesa–: se puede decir que la familia vive de la promesa de amor y de fidelidad que el hombre y la mujer se hacen mutuamente. 

Esta promesa supone el compromiso de acoger y educar a los hijos; pero también se ejerce en el cuidado de los padres ancianos, en proteger y cuidar a los miembros más débiles de la familia, en ayudarse mutuamente para realizar las propias cualidades y aceptar los propios límites. Y la promesa conyugal se ensancha hasta compartir las alegrías y los sufrimientos de todos los padres, madres, niños, con generosa apertura en relación a la convivencia humana y el bien común. Una familia que se cierra en sí misma es como una contradicción, una mortificación de la promesa que la hizo nacer y la hace vivir. No hay que olvidar nunca que la identidad de la familia es siempre una promesa que se extiende y se expande a todas las familias y también a toda la humanidad”.

Un vínculo que no quita la libertad

“En nuestros días –continuó el Pontífice- el honor de la fidelidad a la promesa de la vida familiar aparece muy debilitado. Por un lado, porque un malentendido derecho a buscar la propia satisfacción a toda costa y en cualquier relación, viene exaltado como un principio innegociable de la libertad. Por otro lado, porque se confían únicamente en la constricción de la ley los vínculos de la vida de relación y el compromiso en favor del bien común. Pero, en realidad, nadie quiere ser amado sólo por sus propios bienes o por obligación. El amor, así como la amistad, deben su fuerza y su belleza precisamente a este hecho: que generan un vínculo sin quitar la libertad. El amor es libre, la promesa de la familia es libre, y esta es su belleza. Sin libertad no hay amistad, sin libertad no hay amor, sin libertad no hay matrimonio”.
“La familia vive de la promesa de amor y de fidelidad que el hombre y la mujer se hacen mutuamente”
“Por lo tanto libertad y fidelidad no se oponen entre sí, de hecho se apoyan mutuamente, tanto en las relaciones interpersonales, como en las sociales. De hecho, pensemos en el daño que producen, en la civilización de la comunicación global, la inflación de promesas incumplidas en diversos terrenos, y la indulgencia hacia la infidelidad a la palabra dada y a los compromisos tomados”.
Aceprensa
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