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viernes, 19 de febrero de 2010

EL DIA DEL SEÑOR


Domingo primero de Cuaresma. Deuteronomio 26,4-10; Romanos 10,8-13; Lucas 4,1-13.

El miércoles de Ceniza comenzó la Cuaresma, tiempo de penitencia y de renovación interior para preparar la Pascua del Señor. [1] La liturgia de la Iglesia nos invita sin cesar durante estos cuarenta días a purificar nuestra alma y a recomenzar de nuevo.

En realidad, la invitación a la conversión está en la entraña de la predicación constante del Señor. Los evangelistas recuerdan su exhortación frecuente: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Estas palabras se escuchan con un particular acento en este tiempo. El amor de Dios nos urge. El Señor nos insta a avivar el paso, a buscar la plenitud de vida cristiana, la santidad en la vida ordinaria y corriente.

En la vida del cristiano, “la conversión primera -ese momento único, que cada uno recuerda, en el que se advierte claramente todo lo que el Señor nos pide- es importante; pero más importantes aún, y más difíciles, son las sucesivas conversiones”[2]

El Papa Benedicto XVI ha afirmado el miércoles que la conversión personal de cada uno “significa cambiar de dirección en el camino de la vida: pero no para un pequeño ajuste, sino para una verdadera y total inversión de la marcha”, y nos ha invitado a “tomarnos en serio” este tiempo de Cuaresma.

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