Hay quienes por estar excesivamente absorbidos por las cosas de este mundo, se olvidan del Dios Creador del mundo y tienden a imaginarlo como un ser lejano y ajeno a sus expectativas.
Sin embargo el episodio de Zaqueo que acabamos de escuchar demuestra que el Señor nos conoce por nuestro nombre y se interesa por cada uno.
Jesús va camino de Jerusalén rodeado de una muchedumbre entre la que se encuentra Zaqueo, un jefe de publicanos y rico que, debido al gentío y su corta estatura, decide sin rubor subirse a una higuera para poder verlo pasar.
No conocía a Jesús y deseaba verle, pero el Señor le vio y le llamó por su nombre, como a un viejo amigo y como tal se invitó a comer en su casa. ¡Jesús le conocía, le llamó por su nombre! ¡Jesús nos conoce, sabe nuestro nombre! ¡Ha venido a este mundo a por nosotros!
Cualquier empeño nuestro por acercarnos a Jesús es recompensado como nos dice S. Agustín: “Quien consideraba un privilegio el verle pasar tan solo, mereció tenerlo a la mesa en su casa”.
Comentando este episodio, Juan Pablo II decía: “No se asusta de que la acogida de Cristo en la propia casa pudiese amenazar, por ejemplo, su carrera profesional, o hacerle difícil algunas acciones ligadas con su actividad de jefe de publicanos”, que, como recaudador de impuestos, no gozaba de la simpatía del pueblo, y menos aún de los judíos que, como pueblo elegido, veía en ello una afrenta.
No le importa a Zaqueo, un personaje de cierto rango, trepar como un chiquillo a un árbol, “el qué dirán”, “los respetos humanos”.
Vivimos en una sociedad abierta y plural en la que cada uno puede expresarse libremente, silenciar nuestra condición de cristianos supone una falta de personalidad alarmante: ¿qué libertad tendría quien no se atreviera a vivir según sus creencias? Esto en lo humano ya es preocupante, pero en el plano espiritual es grave:”Todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos .Pero el que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32 y 33).
Al acoger en su casa a Jesús, la vida de Zaqueo cambió radicalmente: “Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres y si he defraudado a alguien le devolveré cuatro veces más”.
Jesús le respondió: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán; porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”.
¡Si generosa fue la determinación de Zaqueo, más espléndida fue la respuesta de Jesucristo: la Salvación! No descalifiquemos espiritualmente a nadie. A nuestro alrededor hay personas a las que un malentendido, una experiencia negativa, o una equivocada orientación de sus vidas, les ha alejado de Dios pero conservan, como Zaqueo, la nostalgia de la verdad, y si una persona amiga les trata con respeto, sin el desprecio de los hipócritas, recuperarían la confianza en Dios y en su Iglesia.
Justo Luis R. Sánchez de Alva
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