Qué grande es el cine… japonés
Un anciano matrimonio, formado por Shukichi Hirayama y Tomiko, viaja a Tokio desde su hogar en una pequeña isla en Hiroshima para visitar a sus tres hijos. El primogénito, Koichi, dirige un hospital. La hija mediana, Shigeko, lleva un salón de belleza. El hijo menor, Shuji, es escenógrafo. Aunque los tres quieren que sus padres tengan una estancia agradable en Tokio, todos ellos están ocupados con sus trabajos, y los ancianos no se sienten a gusto en la capital. Un día, Tomiko visita el piso de Shuji, donde se lleva la agradable sorpresa de conocer a Noriko, la novia de su hijo.
Pero, poco después, Tomiko se desploma en casa de Koichi, lo que causa una conmoción en la familia… “Una familia de Tokio” es un homenaje a “Cuentos de Tokio”, la película más célebre de Yasujiro Ozu, que fue mentor de Yamada.
En 1953 Yasujiro Ozu entregó una de sus imperecederas obras maestras, Cuentos de Tokio. 60 años después, su compatriota Yoji Yamada demuestra que en efecto su film palpitaba de cuestiones universales valederas para todos los tiempos. Describir Una familia de Tokio como un remake es en el mejor de los casos una pobre simplificación.
Su realización es comparable a la revisitación que se hace en teatro de las inmortales tragedias de Shakespeare, o a las interpretaciones de las grandes sinfonías de Beethoven. Siempre se pueden y se deben abordar, con acentos nuevos, que vuelven a expresar a un nuevo público su genialidad.
Yoji Yamada, con su guionista habitual Emiko Hiramatsu, narra con exquisita sensibilidad la historia, dotando a sus personajes de una gran humanidad, también en sus ramalazos egoístas, o en sus debilidades, cierto mal carácter o el vicio del alcohol. Estos elementos están entreverados por muestras de generosidad y de un gran corazón, o de un mejor conocimiento del otro, lo que conduce a un mayor aprecio, al amor.
Existen variaciones con respecto al original de Ozu, y lo mejor que se puede decir es que no resultan caprichosas. Hay inteligencia en reducir el número de hijos, cambiar algún aspecto de su personalidad, y adaptar a un contexto actual ciertos detalles, aquí desaparece el telón de fondo de la entonces reciente Segunda Guerra Mundial, dejando espacio a otras realidades que han marcado a la sociedad nipona, como el tsunami y Fukuyama.
El milagro de este film es que consigue conmover en su extraordinaria normalidad.
Se nos describe una realidad muy común, reconocible por cualquiera, y el reto es imprimir cualidades líricas, convertir en celuloide sentimientos inefables: la nostalgia, el sabor agridulce del paso del tiempo con una mezcla de sensación de vida lograda y decepción, el cariño que no se sabe cómo expresar, la apertura al descubrimiento... A tal efecto todo el reparto hace un magnífico trabajo, resulta difícil destacar a un actor sobre otro.
(Decine 21 / Almudí JD) LEER MÁS
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