Todo se acaba con la muerte, afirman algunos como estos que negaban la resurrección y abordaron a Jesús. El Maestro les contestó a la pregunta que planteaban que Dios es un Dios de vivos, no de muertos.
"Espero en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro". Esta última afirmación del Credo, constituye la respuesta cristiana a la esperanza radical del hombre. No se puede vivir instalado permanentemente en la duda, el temor, la inseguridad. No se puede vivir sin esperanza. Incluso en aquellos casos en que no se cree en nada ni en nadie, la criatura humana siempre se aferra a algo o a alguien. Es la intuición o el anhelo profundo de que el mal, en cualquiera de sus variantes, no tendrá la última palabra. Sin embargo, la muerte es el aplastamiento total y sin remedio de toda esperanza terrena.
Del corazón humano emerge esta pregunta: ¿Nos convertiremos en ceniza o seguiremos viviendo de otra manera? Si la ciencia asegura que nada se crea ni se destruye sino que se transforma -la naturaleza no conoce la extinción sino la transformación-, ¿quiere esto decir que nos convertiremos en polvo cósmico integrándonos en la energía total?
Sí, nos dice el Señor, hay quienes serán "juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos". Conviene recordar esto frente a los que defienden que al final de los tiempos tendrá lugar la restauración de toda la creación, incluido el mal que hay en ella. Demonios y condenados tendrían al final un sitio en el gran cuadro de la nueva tierra y el nuevo cielo. Así, los golpes que el mal causó a la humanidad, surcándola de injusticias, de llanto y muerte, serían lo que el cincel y el martillo para la realización de la obra de arte (Apokatastasis).
Justo Luis R. Sánchez de Alva
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