Los hermanos Charlie y Eli Sisters son dos matones que ejecutan sin piedad las órdenes de su jefe, El Comodoro, siempre consistentes en liquidar a sus enemigos.
Un nuevo encargo, matar a Herman Warm, se complica cuando su informante, John Morris, se asocia con su objetivo e intenta despistarlos. Deben emprender entonces un largo viaje-persecución desde Oregón hasta San Francisco, donde la fiebre del oro causa furor.
Y en el camino surge el cambio de impresiones entre Eli, el mayor, que desearía abandonar su vida criminal, y Charlie, más visceral y salvaje, al que la negativa relación con su progenitor ha marcado a fuego por la senda de la violencia.
Poderoso western dirigido por el francés Jacques Audiard, que escribe el guión con su colaborador habitual desde Un profeta, Thomas Bidegain, a partir de una novela de Patrick Dewitt.
Sorprende su visión descarnada del salvaje oeste, donde impera con frecuencia la violencia, con muertes brutales, caciques que se creen investidos del poder para decidir sobre las vidas ajenas, y subalternos que acatan sus órdenes como mercenarios sin escrúpulos. Pero también el modo en que puede introducirse la humanidad: la búsqueda de la utopía, una sociedad democrática donde todos compartan iguales derechos, la comunión con la naturaleza, la camaradería que lleva a compartir lo que uno lleva dentro y exponer ante el amigo los propios demonios interiores.
Y aquí el motivo de la fiebre del oro y la fórmula química para encontrar el dorado metal se convierten en estupendo símbolo catalizador de un formidable, brioso cambio de timón en la historia.
La gran habilidad del film es el modo delicado en que se nos desliza por esta pendiente de la añoranza de algo mejor, que conduce a momentos verdaderamente entrañables. Que pueda convivir lo brutal y lo emotivo en este film es una especie de milagro, donde la transformación de los personajes nunca parece artificiosa. Los cuatro actores principales, con mención especial para John C. Reilly, están sencillamente soberbios.
La última secuencia es pura mágia, con un plano muy fordiano en el umbral de la puerta, y otro en que los efectos visuales, usados sin alardes, nos conducen suavemente a la hermosa conclusión.
Audiard ha contado además con un magnífico equipo técnico en apartados como el diseño de vestuario –la mítica y 4 veces oscarizada Milena Canonero–, la música –vuelve a trabajar con su compositor habitual y uno de los más talentosos del momento, Alexandre Desplat, 2 veces ganador del Oscar– y la fotografía –el no tan conocido Benoît Debie, que fuerza algunos momentos difícules de imágenes nocturnas–.
decine21
Juan Ramón Domínguez Palacios
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