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domingo, 2 de octubre de 2011

Carta del Prelado del Opus Dei (octubre 2011)

Carta del Prelado del Opus Dei (octubre 2011)
   Con ocasión de un nuevo aniversario de la fundación de la Obra, el Prelado reflexiona sobre los sentimientos de adoración y gratitud que embargaron el alma de san Josemaría, el 2 de octubre de 1928

      Con motivo de la celebración de un nuevo aniversario de la fundación del Opus Dei, el 2 de octubre de 1928, fecha en que la luz de Dios se hizo clara como el sol de mediodía en el alma de nuestro Fundador, el Prelado invita a rememorar la escena, tal como san Josemaría la dejó consignada en sus apuntes espirituales, para tratar de sacar enseñanzas aplicables a nuestra existencia cotidiana. Y os invito también a que todos los días deis gracias a la Trinidad Santísima por haber querido el Opus Dei.

      Recuerda Mons. Javier Echevarría cómo San Josemaría se hallaba haciendo unos días de retiro espiritual: En la mañana de la tercera jornada, después de celebrar la Santa Misa, prolongaba su oración, repasando las notas que había ido tomando en los meses y años anteriores: luces que el Señor le había ido dando con vistas a lo que le iba a pedir. Hasta ese momento, en su mente existían sólo ideas fragmentarias sobre lo que Dios esperaba de su vida, fogonazos de luz que no sabía interpretar con exactitud. En su corazón fomentaba una disponibilidad rendida para cumplir la Voluntad divina, desconociendo qué era. Y, de repente, aquellas luces parciales, aquellos atisbos del querer de Dios, se le revelaron claramente. «Recibí la iluminación sobre toda la Obra, mientras leía aquellos papeles. Conmovido me arrodillé –estaba solo en mi cuarto, entre plática y plática– di gracias al Señor, y recuerdo con emoción el tocar de las campanas de la parroquia de N. Sra. de los Ángeles».

      La primera reacción de San Josemaría fue, continúa el Prelado, como se deduce de este texto autobiográfico, una profunda conmoción de todo su ser, con una manifestación externa bien concreta: cayó de rodillas en adoración ante el designio divino (…) Ese acto de sumisa aceptación, con el que nuestro Padre comenzó su camino en el Opus Dei, estaba impregnado de humildad. ¡Cuántas veces, recordando esos momentos, mostró su profunda convicción de que el Señor se sirvió de él como de un instrumento desproporcionado, para que quedase claro que la Obra venía de Dios, no era fruto del ingenio humano! «Es como si una persona hubiera tomado la pata de una mesa y hubiera escrito –con una hermosa caligrafía– un manuscrito miniado, precioso», decía en una ocasión. Recordando aquella intervención divina en su alma, comentaba: «No me pidió permiso Jesucristo para meterse en mi vida. Vino y se plantó allí: tú me haces esto y esto, y yo... como un borriquito. Es Señor de todas las criaturas».

      Y continuaba San Josemaría: «Tenéis derecho a meteros en las almas de todos, para ayudarles a ser mejores, respetando la libertad de cada uno. Quizá alguna vez no os recibirán bien, pero en otras ocasiones os irán a buscar. Esto está claro: no sólo es un derecho del cristiano, sino que es un deber: “id y enseñad a todas las criaturas” (Mt 28, 19)», lo que lleva al Prelado a comentar que no tendría nada de particular que los discípulos de Jesús, al considerar la grandeza del encargo divino y la pequeñez de nuestras fuerzas, nos preguntásemos en alguna ocasión: ¿cómo es posible que Dios se haya fijado en mí, para realizar toda esa labor?; ¿cómo es posible que me haya dirigido su llamada, si soy tan poca cosa, si carezco de virtudes y de medios?, y recordando el consejo de San Josemaría, que animaba a meditar «aquel pasaje en el que se narra la curación del ciego de nacimiento. Ved cómo Jesús hace barro, con polvo de la tierra y saliva, y aplica ese lodo a los ojos del ciego para darle la luz (cfr. Jn 9, 6). El Señor usa como colirio un poco de lodo». Y añadía, dirigiéndose a sus hijas e hijos en el Opus Dei, con palabras que se pueden aplicar perfectamente a todos los cristianos: «Con el conocimiento propio de nuestra flaqueza, de nuestro ningún valer, pero con la gracia del Señor y la buena voluntad, somos medicina, para dar luz; somos –experimentando nuestra poquedad humana– fortaleza divina, para los otros».

      Concreta el Prelado, afirmando que especialmente en la Misa y en los ratos de oración, al situarnos frente a Dios sin ocultar nuestra miseria, pero también con la convicción de ser hijos suyos queridísimos, el barro de nuestra debilidad personal se convierte en medicina para la salud de tantas personas (…) y sugiere para ello examinarse con dos preguntas: ¿Acudimos puntualmente a esas medias horas de oración, para hablar de tú a tú con nuestro Dios? ¿Qué esfuerzo ponemos para no perder ni un minuto de esos tiempos?, recordando que en estos últimos meses, os he recordado la importancia de cuidar esos ratos diarios de meditación. No me cansaré de insistiros, porque –siguiendo la enseñanza de nuestro Padre, bien anclado en la tradición de la Iglesia– estoy convencido, como vosotras y vosotros, de que es ésta la única arma de que disponemos los cristianos, para vencer en las peleas grandes y pequeñas, para la gloria de Dios, que se presentan a lo largo de nuestras jornadas.

      Dejadme que os insista, continúa Mons. Echevarría,: perseveremos en el combate de la oración, sin descuidar o rebajar nunca, por ningún motivo, esos ratos de charla con nuestro Padre Dios; dialoguemos con Jesucristo, nuestro Hermano mayor, que nos enseña a tratar a su Padre celestial; demos entrada al Paráclito, que desea inflamar nuestros corazones en el amor de Dios. Pongamos como intercesora a la Virgen Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, que es Maestra de oración; y recurramos a san José, a los ángeles y a los santos, especialmente a san Josemaría, que con su doctrina y su ejemplo nos ha mostrado el modo de ser contemplativos en medio del mundo.

      Se refiere también el Prelado a la festividad del 6 de octubre, aniversario de la canonización de San Josemaría, que nos recuerda que es posible llegar a la verdadera santidad, como nuestro Padre, que recorrió con fidelidad, un día y otro, esta senda que se abre paso entre las circunstancias normales de la vida cotidiana, y sugiriendo que las acciones de gracias lleguen a través de la Virgen, que ha estado presente en todas las encrucijadas del camino del Opus Dei.

      Y para terminar: Recordando al beato Juan Pablo II –este año podremos celebrar su memoria litúrgica, el 22 de octubre–, digamos a Santa María llenos de confianza: ‘totus tuus’, quiero ser todo tuyo, como lo fue este santo Pontífice, como lo fue nuestro queridísimo Padre. Podemos aprovechar esa conmemoración para pedir la intercesión de Juan Pablo II en favor de la Iglesia y del Opus Dei, para rezar por el Papa. Encomendadle también mis intenciones.

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