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domingo, 25 de noviembre de 2012

EL DÍA DEL SEÑOR: CRISTO REY

    La fiesta de hoy es relativamente reciente en la liturgia. Pío XI, haciéndose eco de múltiples peticiones procedentes de todo el mundo católico, creyó oportuno instituir la fiesta de Cristo Rey en 1925, año en que se celebraba el XV centenario del primer Concilio de Nicea, donde se definió la consubstancialidad del Hijo con el Padre.               

     La decisión de Pío XI tuvo presente el avance del ateísmo y de la secularización en la sociedad. La finalidad de esta fiesta es afirmar la soberanía de Jesucristo sobre los hombres y las instituciones.  El Papa Pío XI dispuso que se celebrase el último domingo de octubre. La liturgia renovada después del Concilio Vaticano II ha conservado la fiesta, pero trasladándola al último domingo del año litúrgico, y de esta forma es como el remate y coronación de todo el año. Además, ha cambiado parcialmente su sentido. Ahora la idea dominante es el reinado de Jesucristo en sí mismo considerado.


     El Señor se sienta como rey eterno, el Se­ñor bendice a su pueblo con la paz (1), nos recuerda una de las Antífonas de la Misa. La Solemnidad que celebramos «es como una síntesis de todo el misterio salvífico»(2). Con ella se cierra el año litúrgico, después de haber celebrado todos los misterios de la vida del Señor, y se pre­senta a nuestra consideración a Cristo glorioso, Rey de toda la creación y de nuestras almas. Aun­que las fiestas de Epifanía, Pascua y Ascensión son también de Cristo Rey y Señor de todo lo creado, la de hoy fue especialmente instituida para mostrar a Jesús como el único soberano ante una sociedad que parece querer vivir de espaldas a Dios(3).

   En los textos de la Misa se pone de manifiesto el amor de Cristo Rey, que vino a establecer su rei­nado, no con la fuerza de un conquistador, sino con la bondad y mansedumbre del pastor: Yo mis­mo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el rastro de su reba­ño cuando se encuentran las ovejas dispersas, así seguiré Yo el rastro de mis ovejas; y las libraré, sa­cándolas de todos los lugares donde se desperdi­garon el día de los nubarrones y de la oscuridad (4). Con esta solicitud buscó el Señor a los hombres dispersos y alejados de Dios por el pecado. Y como estaban heridos y enfermos, los curó y ven­dó sus heridas. Tanto los amó que dio la vida por ellos.

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Francisco F. Carvajal / Juan Ramón Domínguez

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