En el atrio del Templo destinado a las
mujeres, había trece cepillos. En ellos se recogían las contribuciones
impuestas por la Ley y las aportaciones voluntarias. Jesús ve a unos
ricos depositando sus ofrendas y a una viuda pobre que echó dos reales “todo lo que tenía para vivir”.
Su contribución fue pequeña pero grande a los ojos de Dios. Dar parte
de lo que uno tiene a la causa del Evangelio –parte de nuestro tiempo,
nuestro dinero, etc.-, es sin duda meritorio, pero darlo todo es ganarse
la admiración de Dios.
La entrega generosa de nuestras
posibilidades a la extensión del Reino de Dios, estar dispuesto a ayudar
siempre a quienes lo necesiten, trabajar con intensidad en los deberes
del propio estado, emplearse a fondo en la educación de los hijos,
tratar de influir cristianamente en quienes conocemos, no rehuir la
presencia en la vida política, cultural, social, es comportarse como
esta viuda pobre. Dar todo lo que podemos.
Con frecuencia nos invade el desánimo
pensando que nuestra palabra es –como estas dos monedas- cosa de nada.
¿Qué es una palabra, un consejo, una advertencia, un gesto, un buen
ejemplo? ¿No entra por un oído y sale por el otro casi siempre? Cuando
esas palabras salen de un corazón unido a la causa de Jesucristo,
penetran también en los corazones de quienes las reciben y, como la
levadura al mezclarse con la harina se convierte en un pan oloroso y
rico. Así sucede también en la Iglesia, que nuestra entrega tiene una
repercusión mayor que la que pueda llevar a cabo gente poderosa. Dios
multiplicará ese esfuerzo nuestro como hizo el profeta Elías con lo poco
que, confiadamente, le entregó la mujer de Sarepta.
¡Tengamos fe! ¡Cultivemos ese espíritu
que condujo a esta mujer a entender que su modesta ofrenda no pesaría
menos que la de los acaudalados. Esta mujer dio lo que podía y esto
representa para Dios lo máximo. No olvidemos este ejemplo de la pobre
viuda cuando tantos esfuerzos se nos antojan inútiles frente al
bombardeo implacable de los poderosos medios de comunicación, y oiremos
también de labios de Jesús: ¡Tú, por la Iglesia, por tus hijos, tu
familia, la humanidad, has hecho más que nadie!.
Justo Luis R. Sánchez de Alva
Almudí
Almudí
No hay comentarios:
Publicar un comentario