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Inicia
una serie de cartas en las que el Prelado reflexionará sobre la fe a
partir del Credo, con motivo del Año de la Fe. En noviembre, propone
meditar sobre Dios Creador y Padre
Con motivo del Año de la Fe, Mons. Javier Echevarría inicia una serie de Cartas en las que reflexionará sobre la fe a partir del Credo, afirmando en esta primera que la
Iglesia, siguiendo la voz del sucesor de Pedro, desea que todos los
fieles reafirmemos nuestra adhesión a Jesucristo, que meditemos con
mayor profundidad en las verdades que Dios nos ha revelado, que
renovemos el afán cotidiano de seguir con alegría el camino que nos ha
marcado, y que a la vez nos esforcemos más por darle a conocer con el
apostolado a otras personas.
En estas Cartas, afirma, me
propongo referirme cada mes a algún punto de nuestra fe católica para
que cada una, cada uno, reflexione sobre ese tema en la presencia de
Dios y trate de sacar consecuencias prácticas, y, siguiendo las recomendaciones del Santo Padre, detengámonos en los artículos de la fe contenidos en el Credo.
Recuerda cómo, con
ocasión de otro año de la fe, proclamado por Pablo VI en 1967, también
san Josemaría nos invitaba a ahondar en el contenido del Credo.
Renovemos periódicamente el propósito de ajustarnos a este consejo.
Después de recordar una vez más que en el Opus Dei «procuramos siempre y en todo “sentíre cum Ecclésia”, sentir con la Iglesia de Cristo, Madre nuestra», añadía: «por
eso quiero que recordemos ahora juntos, de un modo necesariamente breve
y sumario, las verdades fundamentales del Credo santo de la Iglesia:
del depósito que Dios al revelarse le ha confiado». Siempre, insisto, pero más especialmente a lo largo de este año, desarrollemos un intenso apostolado de la doctrina.
Se refiere el Prelado a dos
aspectos inseparables: adherirse a las verdades de la fe con la
inteligencia, y esforzarse con la voluntad para que informen plenamente
nuestras acciones, hasta las más pequeñas, y especialmente los deberes
propios de la condición de cada uno. Como escribió nuestro Fundador, «tanto
a la moción y a la luz de la gracia, como a la proposición externa de
lo que debe creerse, se ha de obedecer en un supremo y liberador acto de
libertad. No se favorece la obediencia a la acción íntima del Espíritu
Santo, en el alma, impugnando la obediencia a la proposición externa y
autorizada de la doctrina de la fe», y asegura que la
consecuencia es clara: hemos de querer y de esforzarnos para conocer
más y mejor la doctrina de Cristo, y así transmitirla a otras personas.
Lo conseguiremos, con la ayuda de Dios, deteniéndonos a meditar
atentamente los artículos de la fe.
No basta, continúa, un aprendizaje teórico, sino que es preciso, como afirmaba el Santo Padre, «descubrir
el vínculo profundo entre las verdades que profesamos en el Credo y
nuestra existencia cotidiana, a fin de que estas verdades sean –como
siempre lo han sido– luz para los pasos de nuestro vivir, agua que rocía
las sequedades de nuestro camino, vida que vence ciertos desiertos de
la vida contemporánea. En el Credo se injerta la vida moral del
cristiano, que ahí encuentra su fundamento y su justificación».
Recemos con piedad o meditemos esta profesión de fe, pidiendo luces al
Paráclito para amar y familiarizarnos más con estas verdades.
Después de recomendar que en
nuestras conversaciones apostólicas, así como en las charlas de
doctrina cristiana a quienes se acercan a la labor de la Prelatura, no
cesemos de recurrir al estudio y repaso del Catecismo de la Iglesia Católica o de su Compendio.
E igualmente los sacerdotes acudamos con perseverancia a esos
documentos en nuestras meditaciones y pláticas. Así todos trataremos de
confrontar nuestra existencia diaria con esos puntos de referencia
contenidos en el Catecismo, el Prelado reflexiona sobre el primer artículo del Credo, que expresa
la fe de la Iglesia en la existencia de un Dios personal, creador y
conservador de todas las cosas, que gobierna el universo entero, y
especialmente a los hombres, con su providencia…, y manifiesta la necesidad de profundizar más y más en el primer artículo de la fe, con el convencimiento de que vivir
el Credo, integrarlo en toda nuestra existencia, nos hará entender
mejor y amar más nuestra estupenda dependencia de Dios, saborear la
alegría incomparable de ser y de sabernos hijos suyos.
Y antes de concluir su Carta: os
propongo que aumentemos expresamente nuestras oraciones por los frutos
de la Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización,
que ha finalizado pocos días atrás. Aspiremos a que en el mundo, de polo
a polo, se note el soplo del Paráclito moviendo los corazones de los
fieles católicos a colaborar activamente en esta nueva primavera de la
fe, que el Papa promueve insistentemente, y pide también oraciones por los hermanos vuestros que recibirán el diaconado
el próximo día 3 en la Basílica de San Eugenio. Y redoblemos nuestras
acciones de gracias a la Trinidad, de cara al 28 de noviembre, fecha en
que se cumplirán treinta años de la erección del Opus Dei en prelatura
personal. ¡Cuántos frutos espirituales se han producido desde entonces,
como aseguraba el queridísimo don Álvaro, al escribir que con el cumplimiento de la intención especial de nuestro Padre vendrían sobre la Obra toda clase de bienes: «ómnia bona páriter cum illa!».
Y termina con una petición: Hagamos
llegar nuestro agradecimiento al Cielo por manos de la Santísima
Virgen, recurriendo también al primer sucesor de san Josemaría, que
tanto rezó, sufrió y trabajó para que fuera realidad ese encargo que le
había confiado nuestro Fundador. Y la manera de concretar esta gratitud
está al alcance de cada una, de cada uno: una fidelidad sólida a Dios,
comenzando y recomenzando cada día en el empeño de tratarle más
íntimamente.
Almudí
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