El Santo Padre ha pedido que en este mes de octubre se rece de un modo especial por las universidades católicas, de modo que sean cada vez más lugares donde, gracias a la luz del Evangelio, sea posible experimentar la unidad armónica entre fe y razón. Parece que hay un interés particular, que no es nada nuevo, de intentar disociar ciencia y conocimiento de Dios, como si la fe quedara reducida al puro ámbito de la sensibilidad personal o sociológica, de tal modo que la razón humana es incapaz de hacer un discurso lógico y convincente sobre la realidad divina.
No podemos olvidar que precisamente fue la Iglesia en Europa la pionera y fundadora de las universidades como lugar de estudio en que es posible armonizar el «universo» del conocimiento experimental humano con la verdad revelada por Dios. El problema surge cuando la razón humana confunde autonomía con independencia, queriendo construir un mundo intelectual en el que Dios ya no es necesario, pues el hombre cree que es capaz de explicarse por sí mismo. Decía un sabio que mucha ciencia acerca a Dios y poca ciencia lo aleja.
Este es el gran problema y el gran reto de las universidades católicas, pues corren el peligro de dejarse influenciar por las corrientes laicistas que creen que la ciencia empírica es el único camino válido para llegar a la verdad del hombre, perdiendo así su verdadera identidad al introducir elementos que, o bien ignoran, o incluso contradicen la fe.
El mundo universitario es un espacio privilegiado en el que debe resonar la voz de la Iglesia, sabia y prudente, pues tiene más de dos mil años y está asistida por el Espíritu Santo, de tal modo que la presencia de la misma suponga una riqueza para la formación de los futuros intelectuales que contando con el Creador logren un desarrollo completo del ser humano en todas sus dimensiones.
No podemos olvidar que precisamente fue la Iglesia en Europa la pionera y fundadora de las universidades como lugar de estudio en que es posible armonizar el «universo» del conocimiento experimental humano con la verdad revelada por Dios. El problema surge cuando la razón humana confunde autonomía con independencia, queriendo construir un mundo intelectual en el que Dios ya no es necesario, pues el hombre cree que es capaz de explicarse por sí mismo. Decía un sabio que mucha ciencia acerca a Dios y poca ciencia lo aleja.
Este es el gran problema y el gran reto de las universidades católicas, pues corren el peligro de dejarse influenciar por las corrientes laicistas que creen que la ciencia empírica es el único camino válido para llegar a la verdad del hombre, perdiendo así su verdadera identidad al introducir elementos que, o bien ignoran, o incluso contradicen la fe.
El mundo universitario es un espacio privilegiado en el que debe resonar la voz de la Iglesia, sabia y prudente, pues tiene más de dos mil años y está asistida por el Espíritu Santo, de tal modo que la presencia de la misma suponga una riqueza para la formación de los futuros intelectuales que contando con el Creador logren un desarrollo completo del ser humano en todas sus dimensiones.
JESÚS HIGUERAS
ABC
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