Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré (1). Estas palabras la escucharon por primera vez los discípulos en la tarde del Jueves Santo. Después de la Resurrección, Jesús vuelve a referirse a esa conveniencia.
Los Apóstoles no debieron comprenderlas. ¿Podría haber una situación mejor que la que experimentan desde la Resurrección? Jesús glorioso se muestra a ellos con frecuencia, les vuelve a explicar todo lo que habían aprendido en su vida pública, están asombrados y gozosos ante la nueva situación. Sin embargo, el Señor les habla de su próximo tránsito al Cielo, que celebramos el domingo pasado, y les insiste en esa conveniencia pues, cuando reciban al Espíritu Santo, estarán en una situación inmejorable.
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar y de repente sobrevino del cielo un ruido, como de viento que irrumpe impetuosamente, y llenó toda la casa en la que se hallaban (2). El Espíritu Santo se manifiesta en aquellos elementos que solían acompañar la presencia de Dios en el Antiguo Testamento: el viento y el fuego (3).
El fuego aparece en la Sagrada Escritura como el amor que lo penetra todo, y como elemento purificador (4). Son imágenes que nos ayudan a comprender mejor la acción que el Espíritu Santo realiza en las almas: Ure igne Sancti Spiritus renes nostros et cor nostrum, Domine... Purifica, Señor, con el fuego del Espíritu Santo nuestras entrañas y nuestro corazón...
El fuego también produce luz, y significa la claridad con que el Espíritu Santo hace entender la doctrina de Jesucristo: Cuando venga aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa... Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará (5). En otra ocasión, Jesús ya había advertido a los suyos: el Paráclito, el Espíritu Santo... os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho (6). Él es quien lleva a la plena comprensión de la verdad enseñada por Cristo: «habiendo enviado por último al Espíritu de verdad, completa la revelación, la culmina y la confirma con testimonio divino» (7).
Los Apóstoles no debieron comprenderlas. ¿Podría haber una situación mejor que la que experimentan desde la Resurrección? Jesús glorioso se muestra a ellos con frecuencia, les vuelve a explicar todo lo que habían aprendido en su vida pública, están asombrados y gozosos ante la nueva situación. Sin embargo, el Señor les habla de su próximo tránsito al Cielo, que celebramos el domingo pasado, y les insiste en esa conveniencia pues, cuando reciban al Espíritu Santo, estarán en una situación inmejorable.
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar y de repente sobrevino del cielo un ruido, como de viento que irrumpe impetuosamente, y llenó toda la casa en la que se hallaban (2). El Espíritu Santo se manifiesta en aquellos elementos que solían acompañar la presencia de Dios en el Antiguo Testamento: el viento y el fuego (3).
El fuego aparece en la Sagrada Escritura como el amor que lo penetra todo, y como elemento purificador (4). Son imágenes que nos ayudan a comprender mejor la acción que el Espíritu Santo realiza en las almas: Ure igne Sancti Spiritus renes nostros et cor nostrum, Domine... Purifica, Señor, con el fuego del Espíritu Santo nuestras entrañas y nuestro corazón...
El fuego también produce luz, y significa la claridad con que el Espíritu Santo hace entender la doctrina de Jesucristo: Cuando venga aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa... Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará (5). En otra ocasión, Jesús ya había advertido a los suyos: el Paráclito, el Espíritu Santo... os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho (6). Él es quien lleva a la plena comprensión de la verdad enseñada por Cristo: «habiendo enviado por último al Espíritu de verdad, completa la revelación, la culmina y la confirma con testimonio divino» (7).
Juan Ramón Domínguez
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Feliz Pentecostés.
ResponderEliminarUn abrazo.