Queridos peregrinos
“Su estirpe será célebre entre las naciones, [...] son la estirpe que bendijo el Señor” (Is 61,9). Así comenzaba la primera lectura de esta Eucaristía, cuyas palabras encuentran un admirable cumplimiento en esta asamblea recogida con devoción a los pies de la Virgen de Fátima. Hermanas y hermanos amadísimos, también yo he venido como peregrino, a esta “casa” que María ha elegido para hablarnos en estos tiempos modernos.
He venido a Fátima para gozar de la presencia de María y de su protección materna. He venido a Fátima, porque hoy converge hacia este lugar la Iglesia peregrina, querida por su Hijo como instrumento de evangelización y sacramento de salvación. He venido a Fátima a rezar, con María y con tantos peregrinos, por nuestra humanidad afligida por tantas miserias y sufrimientos.
En definitiva, he venido a Fátima, con los mismos sentimientos de los Beatos Francisco y Jacinta y de la Sierva de Dios Lucía, para hacer ante la Virgen una profunda confesión de que “amo”, de que la Iglesia y los sacerdotes “aman” a Jesús y desean fijar sus ojos en Él, mientras concluye este Año Sacerdotal, y para poner bajo la protección materna de María a los sacerdotes, consagrados y consagradas, misioneros y todos los que trabajan por el bien y que hacen de la Casa de Dios un lugar acogedor y benéfico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario