A estas alturas, después de varios meses de campaña mediática internacional contra la Iglesia no puede sorprendernos nada. No obstante, resulta llamativo que el Time se descuelgue ahora con este reportaje, como si hubiera vivido en una cueva durante todo ese tiempo. El análisis de Diego Contreras es muy acertado.
La revista norteamericana Time dedica la portada de su último número a una especie de “proceso” a Benedicto XVI sobre los escándalos de abusos. La tesis de fondo de las diez páginas del texto es que el Papa mismo, cuando era Ratzinger, se ha visto involucrado en el problema, pues presuntamente manejó mal algunos casos de abusos, por lo que su situación es complicada.
La revista norteamericana Time dedica la portada de su último número a una especie de “proceso” a Benedicto XVI sobre los escándalos de abusos. La tesis de fondo de las diez páginas del texto es que el Papa mismo, cuando era Ratzinger, se ha visto involucrado en el problema, pues presuntamente manejó mal algunos casos de abusos, por lo que su situación es complicada.
Quien haya seguido este tema en la prensa se dará cuenta de que esa tesis no es nueva: en realidad, es el “leiv motive” de todo el renovado interés mediático por los abusos mostrado en los meses de marzo y abril. Pienso que se puede afirmar que el criterio de selección del material publicado por muchos medios ha sido: si aparecía de algún modo el nombre “Ratzinger”, el caso se convertía en noticia. Aunque la aportación de Time, en este sentido, es escasa, hay dos aspectos que me llaman la atención.
El primero es que los autores del reportaje respaldan la involucración de Ratzinger por sus presuntos errores, como arzobispo de Munich y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, usando los datos periodísticos iniciales presentados sobre dos casos, sin tener en cuenta la nueva información publicada en estos casi dos meses. Menciona concretamente los casos Hullermann y Kiesle (que comento en la segunda parte de esta entrada, para no alargarme aquí). Me alegra, de todas formas, que no se hayan referido al caso Murphy (estandarte del New York Times): tal vez se hayan percatado de que ahí la acusación a Ratzinger no se sostiene por ningún lado.
El segundo aspecto es el exceso de fuentes anónimas: “a senior Vatican official”, “a Vatican insider”, “a well-placed Vatican official”, “a long time Vatican observer”, “a Vatican source who professes loyalty to the Pope”, “a Vatican source”... Sé que no es fácil encontrar a personas dispuestas a hablar con su nombre y apellidos, y más sobre algunos temas, pero en esta ocasión me ha parecido un uso particularmente desproporcionado con respecto a las fuentes sí identificadas.
LA IGLESIA EN LA PRENSA
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