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domingo, 20 de junio de 2010

EL DÍA DEL SEÑOR

Domingo XII del tiempo ordinario

          Estaba ya próxima la fiesta de Pentecostés del tercer año de la vida pública de Jesús. En otras ocasiones, el Señor había subido a Jerusalén con motivo de esta celebración anual para predicar la Buena Nueva a las multitudes que llegaban a la Ciudad Santa en esta festividad. Esta vez -quizá para apartar un poco a los discípulos del ambiente hostil que se iba originando- busca abrigo en las tierras tranquilas y apartadas de Cesarea de Filipo.

          Y mientras caminaban (1), después de haber estado Jesús recogido en oración, como indica expresamente San Lucas (2), pregunta en tono familiar a sus más íntimos: ¿Quién dicen los hombres que soy Yo? Y ellos con sencillez le cuentan lo que oyen: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías...

          Bien conoce Jesús las voces que corren sobre su persona. Por eso, sin esperar a que los doce concluyan su respuesta, les formula de nuevo la pregunta en tono más directo. Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?

          En la vida hay preguntas que si ignoramos su respuesta nada nos sucede. Poco o nada nos comprometen. Por ejemplo, la capital de un lejano país, el número de años de un determinado personaje... Hay otras cuestiones que sí es mucho más importante conocer y vivir: la dignidad de la persona humana, el sentido instrumental de los bienes terrenos, la brevedad de la vida... Pero existe una pregunta en la que no debemos errar, pues nos da la clave de todas las verdades que nos afectan.

          Es la misma que Jesús hizo a los Apóstoles aquella mañana camino de Cesarea de Filipo: Y vosotros ¿quién decís que soy Yo? Entonces y ahora sólo existe una única respuesta verdadera: Tú eres el Cristo, el Ungido, el Mesías, el Hijo Unigénito de Dios. La Persona de la que depende toda mi vida; mi destino, mi felicidad, mi triunfo o mi desgracia, se relacionan íntimamente con el conocimiento que de Ti tenga.

Juan Ramón Domínguez
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