El tiempo pascual, que se caracteriza por el denominador común de la alegría, se diversifica cada domingo por los temas que pone a nuestra consideración. La Pascua es el gran fundamento de la vida cristiana, que nos hace pasar de la utopía a la realidad, de la mentira al amor, del miedo a la paz.
“Al anunciar su marcha de esta tierra a los Apóstoles, Cristo dice así: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). Pensad en el significado y fuerza de la enseñanza que transmitió Cristo durante su misión mesiánica en la tierra. Dicha enseñanza nos une perennemente no sólo a nuestro Redentor, sino también al Padre: “La palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió” (Jn 14,24).
La fidelidad a la enseñanza que nos ha transmitido Cristo es la fuente de la relación vivificante con el Padre a través del Hijo. Dejada la tierra, Cristo sigue en unión constante con su Iglesia a través de la enseñanza transmitida a los Apóstoles.
Por esto precisamente es tan fundamental para la Iglesia observar con fidelidad dicha enseñanza. De este empeño rinde testimonio el primer Concilio Apostólico. El afán de los sucesores de los Apóstoles no es otro que el de que la Iglesia se mantenga en la enseñanza que Cristo le transmitió y que a través de la fidelidad a la enseñanza “moren” en la comunidad de los fieles el Padre junto con el Hijo” (1).
A continuación, el Señor les invita a permanecer a la espera de la venida del Santificador: “el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho” (2).
Estamos a quince días de Pentecostés. La fiesta supondrá una nueva venida del Espíritu Santo al corazón de los cristianos. Conviene prepararnos con calma. De hecho, muchos cristianos lo suelen hacer con el decenario al Espíritu Santo. Con él se preparan durante los diez días previos a la fiesta a la venida del Consolador.
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