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domingo, 11 de abril de 2010

EL DÍA DEL SEÑOR


2º Domingo de Pascua
Además, incluyo la homilía de Juan Pablo II en la celebración Eucarística de la fiesta de la Misericordia(22.04.2001)y las palabras de hoy de Benedicto XVI en el Regina Coeli.

El primer día de la semana, el día en que resucitó el Señor, el primer día del mundo nuevo, está repleto de acontecimientos: desde la mañana, muy temprano, se suceden las apariciones cuando las mujeres van al sepulcro, hasta la noche.

La experiencia que vivieron los Apóstoles “al anochecer de aquel día, el primero de la semana” (ib.), experiencia que se repitió ocho días después en el mismo Cenáculo, también nosotros la revivimos, de modo misterioso pero real en la Eucaristía de hoy, Cristo renueva su presencia de resucitado y repite su augurio: ¡Paz a vosotros!

“Con este saludo vengo aquí, queridos hermanos y hermanas, en el domingo que tradicionalmente llamamos ‘in albis’, y que concluye la octava de Pascua. Vengo para entrar, en cierto sentido, en el cenáculo. El Cenáculo es la casa en la que nació la Iglesia. Y es, en cierto sentido, el prototipo de la Iglesia en todo lugar y en toda época.

También en la nuestra. Cristo, que fue adonde estaban los Apóstoles la primera tarde después de su resurrección, viene siempre de nuevo a nosotros para repetir continuamente las palabras: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo... Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos...” (Jn 20,21-23)”(1)

La tarde del día de la Resurrección, Tomás no estaba con los demás Apóstoles; no pudo ver al Señor, ni oír sus consoladoras palabras. Quizá tuvo una causa razonable para no estar con los demás en momentos tan importantes; quizá su ausencia fue debida a su modo de ser, impulsivo, quizá individualista. Sea lo que fuere, su conducta anterior pone de manifiesto un carácter obstinado, perfectamente compatible con una gran generosidad: fue Tomás, en efecto, el primero que se mostró dispuesto a morir con Jesús, cuando el Señor quiso ir a Judea para resucitar a Lázaro, aunque ese viaje estuviera lleno de peligros. (2)

Juan Ramón Domínguez

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