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sábado, 24 de abril de 2010

EL DIA DEL SEÑOR


Homilía del domingo 4º de Pascua

El Señor aprovecha el extraordinario concurso de gentes que se han reunido en Jerusalén con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos para exponer una de sus enseñanzas más hermosas, con la que anuncia la cercanía de su sacrificio redentor: la alegoría del buen pastor.

La imagen el pastor, aplicada al gobierno espiritual del pueblo hebreo y al ministerio del culto divino, era bien conocida en Israel. El rey David y otros profetas habían sido pastores en su juventud, y lo mismo los grandes Patriarcas: Abrahám, Isaac, Jacob… Y todos sabían -lo había predicho Ezequiel (1)- que el Mesías vendría como Pastor único y definitivo para el pueblo y para el mundo entero.

En este discurso, el Señor –que ya ha revelado a los Apóstoles su designio de fundar la Iglesia- se presenta como Puerta, Guardián y Pastor de ese redil de almas. Sus representantes en la tierra, con la autoridad y poderes que Él les confiará, han de ejercitar fielmente esas funciones salvadoras. “Cristo ha dado a su Iglesia la seguridad de la doctrina, la corriente de gracia de los Sacramentos; y ha dispuesto que haya personas para orientar, para conducir, para traer a la memoria constantemente el camino. Disponemos de un tesoro infinito de ciencia: la Palabra de Dios, custodiada en la Iglesia; la gracia de Cristo, que se administra en los Sacramentos; el testimonio y el ejemplo de quienes viven rectamente junto a nosotros, y que han sabido construir con sus vidas un camino de fidelidad a Dios” (2).

Cristo se ocupa de que nunca falten los buenos pastores en su Iglesia. Él mismo ha señalado las características que han de tener, para que nadie sea inducido a engaño. “¿Quién es el buen pastor? El que entra por la puerta de la fidelidad a la doctrina de la Iglesia; el que no se comporta como el mercenario que viendo venir el lobo, desampara las ovejas y huye; y el lobo las arrebata y dispersa el rebaño (3). Mirad que la palabra divina no es vana; y la insistencia de Cristo -¿no veis con qué cariño habla de pastores y de ovejas, del redil y del rebaño?- es una demostración práctica de la necesidad de un buen guía para nuestra alma” (4).

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