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miércoles, 3 de marzo de 2010

La defensa de la vida del señor Zapatero


Nuestro presidente Rodríguez Zapatero se expresaba en Ginebra el pasado 24 de Febrero con estas bellas y afortunadas palabras en un alegato contra la pena de muerte: “nadie tiene derecho a arrebatar la vida de otro ser humano, absolutamente nadie” y “nuestro éxito será el éxito de los derechos humanos, el éxito de la dignidad de las personas, de la protección de la vida y el éxito de los Estados que respeten hasta el último instante la vida de todos y cada uno de los ciudadanos”.

Pero precisamente ese mismo día, el Senado español daba luz verde a la Ley sobre el aborto, impulsada personalmente por el señor Zapatero, hasta el punto que ni siquiera figuraba en el programa electoral, y en la que no ha querido permitir a los diputados y senadores que puedan hacer uso del derecho humano fundamental a la libertad de conciencia y al uso de la objeción de conciencia, con lo que ha obligado a los legisladores de su partido a hacerse partícipes de colaboración con él en el crimen abominable del aborto. Quien califica así al aborto es el Concilio Vaticano II: “el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (“Gaudium et Spes” nº 51).

La nueva ley declara el aborto libre hasta la catorce semana y lo convierte en un derecho. Después de esa fecha, especialmente si pueden estar presentes anomalías, se sigue permitiendo el aborto y se trata de favorecer a las clínicas abortistas evitándoles que puedan tener problemas jurídicos. Recordemos, como nos recuerda el caso Himmler, quien en su vida sólo presenció una ejecución, que para cometer un crimen no es necesario estar presente. Basta con ayudar a que se pueda hacer.

En pocas palabras, el Señor Zapatero, y en eso estoy de acuerdo con él, es contrario a que se pueda privar de la vida a un adulto, aunque sea culpable. Pero en cambio le parece muy bien, e incluso de delito lo transforma en derecho, si se trata de un ser humano inocente antes de su nacimiento. Eso es desfachatez e hipocresía, palabra ésta por cierto utilizada por Jesucristo contra los escribas y fariseos (Mt 23,13-33). Para un católico “el absoluto carácter inviolable de la vida humana inocente es una verdad moral explícitamente enseñada en la Sagrada Escritura, mantenida constantemente en la Tradición de la Iglesia y propuesta de forma unánime por su Magisterio”… “la eliminación directa y voluntaria del ser humano inocente es siempre gravemente inmoral” (Encíclica “Evangelium Vitae” de Juan Pablo II, nº 57).

Pedro Trevijano, sacerdote
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