Ya no son cincuenta –son más- pero en Japón se les conoce así: son los operarios de la central, bomberos y soldados que trabajan en condiciones arriesgadas en la central nuclear damnificada de Fukushima. No es el único lugar siniestrado luego de un terremoto y un posterior tsunami que chocó con la costa del noreste nipona para demostrar, una vez más, que el hombre gestiona los recursos, pero no los gobierna.
Los de Fukushima no se sabe quiénes son, simplemente son anónimos que luchan para que el siniestro no se convierta en una catástrofe de mayores e imprevisibles consecuencias. Gatean, según los medios locales, por el laberinto de la instalación dañada, portan bombonas de oxígeno y luces artificiales. Sus trajes de protección y gorros especiales repelen las partículas radioactivas, pero no la radiación invisible. Muchos se preguntan por qué esas personas ponen su salud en serio riesgo.
Además, en una planta de este tipo la solidaridad es fundamental: “Se desarrolla un sentido para la lealtad y el compañerismo cuando se entrena durante años junto con otros hombres y se hacen cambios de turno”, ha explicado un operario de una central norteamericana que lleva muchos años en la profesión al New York Times.
Uno de los ‘héroes de Fukushima’, el jefe de la unidad de élite de los bomberos, Toyohilo Tomioka se ha disculpado ante la prensa en Tokio, ¿por qué?, por el sufrimiento que provocan a sus seres queridos. “Quiero pedir perdón a nuestras familias por el sufrimiento que pasan”, afirmó emocionado el pasado fin de semana.
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