Entre el 5 y el 11 de junio de 1967, en una campaña militar relámpago, Israel ocupó Jerusalén este, Cisjordania, la franja de Gaza, la península del Sinaí y los altos del Golán, con la consiguiente derrota de los ejércitos de Jordania, Egipto y Siria.
Hace cincuenta años, la Guerra de los Seis Días cambió el escenario geopolítico de Oriente Medio, pero también fue el comienzo de una situación de estancamiento del conflicto palestino-israelí que hoy parece más lejos que nunca de encontrar un camino para la paz.
Se ha dicho que las guerras se libran dos veces: una sobre el terreno, y la otra en las páginas de la historiografía, aunque también se combate en los foros de la opinión pública. Los israelíes ganaron en el campo de batalla al desarrollar una brillante operación militar, en la que pusieron en práctica el método de la guerra preventiva. Esta les sirvió, por ejemplo, para destrozar a la fuerza aérea egipcia en sus propios aeródromos y de paso neutralizar al Egipto de Nasser, su enemigo más visible. La forzosa, aunque ineficaz, reacción de jordanos y sirios solo sirvió para aumentar la derrota árabe y dar mayores alas al sueño abrigado por el sionismo desde finales del siglo XIX: la recuperación para Israel de lugares de su tradición histórica como la parte antigua de Jerusalén y el territorio de Cisjordania, identificado por los colonos judíos con las Judea y Samaria bíblicas.