“Se quedaron asombrados ...porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad”. El pueblo fue sensible a esta autoridad de Jesús ya que nunca emplea, como hacían los profetas, la fórmula típica: “Así dice el Señor”. Él habla siempre en nombre propio: Oísteis que se dijo a los antiguos, pero yo os digo. (cf Mc 2, 29).
Esta autoridad, tan distinta y tan superior a la de los mandatarios de este mundo, la ejerce sobre las fuerzas de la naturaleza, las enfermedades, la muerte y, como vemos en el Evangelio de hoy, sobre los espíritus malignos. “En Jesús hay, no un poder extraordinario, sino la misma omnipotencia divina” (K. Adam).
En la sinagoga donde estaba enseñando, un hombre que tenía un espíritu inmundo se puso a gritar: -¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?” Esta acusación diabólica se refleja en la mentalidad de quienes sólo toleran a Dios y a su Iglesia en el ámbito privado, como un estorbo molesto, o un enemigo de la libertad y la justa autonomía humana. Hay quienes están interesados en imponer a gritos, a través de diversos medios, una cultura laicista, antirreligiosa, silenciando y ridiculizando lo católico, ofreciendo a cambio un goce egoísta.