“Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador” La sencillez y el encanto de esta alegoría de Jesús, tan querida en el Antiguo Testamento, no deben privarnos del hondo mensaje que encierra. Dios es el océano de la vida, el origen y la razón de todo viviente. Una vida que no tiene principio ni tampoco fin: eterna. Esa vida la perdimos con la desobediencia en el Paraíso y, tras recuperarla en el Bautismo, la volvemos a perder cuando nos apartamos de Dios como el sarmiento que se separa de la vid.