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domingo, 23 de marzo de 2014

EL DÍA DEL SEÑOR: DOMINGO 3º DE CUARESMA

  

    ¡Una página de oro! ¡Cuánta riqueza y profundidad en un encuentro lleno de naturalidad y sinceridad por ambas partes! Una página tan densa que desborda los límites de una homilía. Ciñámonos a ese escepticismo que reservamos, como la samaritana, ante las verdades que están más allá de lo de todos los días. Inicialmente la mujer se extraña que un judío le dirija la palabra. Jesús pasa por alto los prejuicios sociales y el tono desenvuelto y un tanto hosco de ella y le dice que es dueño de un agua que apaga la sed para siempre. 

    El escepticismo aparece: "¿eres tú más que nuestro padre Jacob...? ¿Es que hay algo mayor y mejor que los bienes de este mundo? Tenemos sed de bienestar, de afirmación personal..., pero vamos a apagarla en los aljibes de este mundo (Cf Jer 2,13). Jesús que conoce bien las expectativas del corazón humano dice: "Si conocieras el don de Dios..." ¡Palabras eternas, que saben a plenitud, y que despertaron en ella la sed de absoluto que toda criatura siente, provocando esta petición: "Señor dame esa agua"! 


   ¡Pidamos a Jesús que nos dé sed de eternidad y no nos conformemos con el brillo prestado y fugaz de las cosas de esta vida! Aunque Jesús ha despertado algo muy importante en el corazón de esta mujer, ella, aferrada a su modo de ver y de vivir -¡como nosotros!- añade burlonamente: así "no tendré que venir aquí a sacarla". Jesús, al ver su actitud, replica: "llama a tu marido". Cristo la coloca frente a su borrascosa historia y la mujer se siente ante alguien muy superior: "Señor, veo que tú eres un profeta" La conversación continúa por las alturas de la verdad de Dios y por la sinceridad de corazón que Él reclama. 

   La conciencia, que es la voz de Dios resonando en el corazón y que Cristo ha removido, le ha hecho ver que no se puede adorar a Dios el Domingo y los demás días rendir culto al orgullo y la sensualidad. "Sé que va a venir el Mesías". ¡También ella esperaba al Mesías, a pesar de la vida sentimental que llevaba! En toda alma hay una incurable sed de Dios. Jesús le responde con sencillez pero con un acento que la desconcierta: "Soy yo, el que habla contigo". 

   La mujer, atónita, deja el cántaro en el pozo y corre alborozada a extender la noticia. ¿Por qué no buscar un encuentro personal con Jesús por la lectura atenta y diaria de la Escritura Santa, de una confesión sincera de nuestros pecados, de la Eucaristía? Ese encuentro provocará en cada uno el mismo sobresalto que en esta mujer y, como ella, sentiremos la necesidad de comunicarlo a la familia, los amigos y vecinos, ¡a todos!

EVANGELIO

San Juan 4, 5-42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: —«Dame de beber». (Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida). 

La Samaritana le dice: —¿«Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contesto: —«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú y él te daría agua viva». La mujer le dice: —«Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?». Jesús le contesta:

—«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». La mujer le dice: —«Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». [Él le dice: —«Anda, llama a tu marido y vuelve». La mujer le contesta: —«No tengo marido». Jesús le dice: —«Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad». La mujer le dice:]
—«Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén». Jesús le dice: —«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. 

Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad». La mujer le dice: —«Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo».

Jesús le dice: —«Soy yo: el que habla contigo». [En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?». La mujer, entonces, dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: —«Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será este el Mesías?». Salieron del pueblo y se pusieron en camino a donde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: —«Maestro, come». Él les dijo: —«Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis».


Los discípulos comentaban entre ellos: —«¿Le habrá traído alguien de comer?». Jesús les dijo: —«Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio “Uno siembra y otro siega”. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores»]. 

En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él [por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho»]. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación y decían a la mujer: —«Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».

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