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domingo, 10 de mayo de 2020

El día del Señor: Domingo 5º de Pascua (A)

La pandemia nos hace sentir la cercanía de la muerte. He visto el pánico en muchos al contemplar a personas cercanas que gozaban de buena salud que han fallecido en pocas semanas víctimas del coronavirus. A la muerte hay que tenerle respeto pero no miedo. Resuena la voz de Jesús: Yo soy la resurrección y la vida. 
Voy a prepararos lugar. Esta vida es un gran don, antesala del don extraordinario de la vida eterna. La muerte es una puerta. Al traspasarla nos encontramos con Jesús y María que nos esperan para abrazarnos y conducirnos a la vida eterna junto a las personas a las que amamos en esta vida. Las reflexiones de hoy ayudan a ello.
 El anuncio de la despedida ha entristecido a los discípulos. El Señor los tranquiliza asegurándoles que va a prepararles un sitio en la Casa del Padre. Estas consoladoras palabras nos recuerdan que Jesús se va pero no se desentiende de nosotros. 
Ninguno de nosotros es tan impermeable ante la realidad de la partida de este mundo como para que le alegren estas palabras. “Me voy a prepararos un sitio...” Sí, hay un lugar donde la persona humana encontrará su quietud y felicidad total y definitiva.
La gran fiesta del cielo que Jesús nos prepara colmará el sueño del corazón más exigente con la posesión eterna de Dios Uno y Trino; con la visión de la Humanidad del Señor, el valor infinito de sus actos teándricos; la contemplación de la Madre de Dios y de todas las jerarquías angélicas; y la comunión con tantos hombres y mujeres, que siguieron a Jesucristo en su vida ordinaria o que vivieron según la rectitud moral impresa por el Creador en su corazón y se acabaron salvando por la gracia de Jesucristo, aunque no hubieran tenido posibilidad de conocerlo y seguirlo en esta vida. 
Retengamos esto: Cualquier situación dichosa que podamos concebir, el sueño más ambicioso debido a la imaginación más rica, estaría a miles de años luz, mejor, a una distancia infinita de lo que Dios está preparando a los que le aman. El camino que conduce a esta dicha inefable es Cristo. No nos engañemos cuando a nuestro alrededor vemos que se prefieren otros caminos por considerar ingenuo o utópico el de Jesucristo. 
Quienes presumen de una visión más lúcida de la vida y desconfían de toda seguridad que no sea empírica, de todo comportamiento e intención elevado, ¿son más críticos, en el noble sentido de esta expresión, o sencillamente más crispados, más desconfiados? Hay quien cree que la única verdad es que todo es mentira; en el mejor de los casos, interés, provecho personal no declarado, hipocresía.
Frente a este materialismo nihilista, el cristiano debe recordar lo que la Revelación y la experiencia le dicen: que hay un hambre en el hombre que sólo Dios puede saciar. Una sed que sólo Él puede calmar. Un llanto y un dolor que sólo la esperanza del Cielo puede consolar. Un género de injusticias que sólo la paz del Cielo podrá solucionar. Preguntas, preguntas esenciales, que todos nos planteamos en la vida y que sólo Dios podrá contestar. Nuestro corazón no está tan cauterizado como para que estas palabras de Cristo no le llenen de paz: ”Me voy a prepararos un sitio... para que donde Yo estoy estéis también vosotros. Y a donde voy, ya sabéis el camino”.
En Dios están encerrados, en unidad y equilibrio indescriptible y de modo eminente, no sólo lo que el hombre con sus esfuerzos morales, intelectuales, literarios, artísticos, técnicos..., intenta conseguir, sino la esencia inconceptuable de las tres Personas Divinas. “Veré, dice S. Agustín, distinto y junto lo que es y lo que ha sido, y su principio propio y escondido. 
Todo lo que de magnífico en la Creación se haya disperso, desparramado aquí y allá, ayer y mañana, lo hallaremos en Él, reunido en su mano, cobijado en su inmenso corazón. Y los hombres. Las mil maneras de ser hombre según el predominio de la sensibilidad o de la inteligencia, de la vitalidad o del carácter; cuanto en estas individualidades hay de excelente, se encontrará, en medida perfecta y en perfecta armonía, en la asamblea de los justos. Sin la desazón y la inmadurez del hombre que quiso ser mil cosas a un tiempo, y sin aquella rigidez y esquematismo de quien para salvarse de toda ón, se ciñó a una cosa, a una sola manera de ser una sola cosa”.
Texto del Evangelio (Jn 14,1-12): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino».

Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto».

Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre».

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