El Señor es el Buen Pastor que nos acompaña siempre. Os envío varias reflexiones.
Este cuarto domingo de Pascua es denominado tradicionalmente Domingo del Buen Pastor. Leemos en el Evangelio de la Misa de hoy que, durante la fiesta de la Dedicación, Jesús pronunció estas palabras en el pórtico de Salomón del Templo de Jerusalén: «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre» (Jn 10,27-30).
La imagen del pastor y las ovejas tiene mucha raigambre bíblica. Personajes importantes de la historia de Israel fueron pastores. Así por ejemplo Abel (Gn 4,2), Moisés (Ex 3,1ss.) o David (1 S 16,11-13). El propio David y sus descendientes serían, como lo fue Josué (Nm 27, 17 s.), pastores de su pueblo. Sin embargo, es a Dios a quien se atribuye muchas veces la función del pastor que cuida de “sus ovejas” los hombres (cfr. Gn 49,15; Is 40,11; Ez 34,5; Sal 23,1; Si 18,13).
El hecho de que los discursos de Jesús sobre el buen pastor sean presentados durante la Pascua tiene por tanto un significado muy profundo que, como explicaba Benedicto XVI, “nos conduce inmediatamente al centro, al culmen de la revelación de Dios como pastor de su pueblo; este centro y culmen es Jesús, precisamente Jesús que muere en la cruz y resucita del sepulcro al tercer día, resucita con toda su humanidad, y de este modo nos involucra, a cada hombre, en su paso de la muerte a la vida”
La Iglesia entera se alegra porque Cristo resucitado es su Pastor y nos conoce a cada uno. Sabe perfectamente cómo somos con un conocimiento del corazón, propio de quien ama y de quien es amado. El Señor resucitado nos comprende con la ciencia más “interior”, con el mismo conocimiento con que el Hijo conoce y abraza al Padre y, en el Padre, abraza la verdad infinita y el amor.
Las ovejas del rebaño reconocen la voz de su pastor, responden a su llamada y le siguen. Al escuchar la voz y los silbidos de su pastor las ovejas sienten alivio, porque saben que se encuentran seguras.
Con esta certeza de fe partieron los primeros apóstoles por el mundo conocido. Se sabían testigos de este amor único, se sentían seguros en las manos de Dios. Cuando se les cerraban los caminos, ellos abrían otros con valentía.
Nada malo nos puede suceder si confíamos en Cristo y dejamos que sea él quien nos guíe, como buen pastor, con su mano poderosa. De este modo, sus ovejas «ya nunca tendrán hambre ni sed, ni caerá sobre ellos el sol ni calor sofocante alguno, porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y conducirá a las fuentes de las aguas de la vida. Y enjugará Dios toda lágrima de sus ojos» (Ap 7,16-17).
Esto no quiere decir que el cristiano deje de experimentar dificultades. El mismo Jesús advierte a sus apóstoles: «Os entregarán a los tribunales, y seréis azotados en las sinagogas, y compareceréis por causa mía ante los gobernadores y reyes» (Mc 13,9).
Por eso, nos conmueve la queja de Jesús ante la obstinación de algunos corazones: «Os lo he dicho y no lo creeis» (Jn 10,25). La fe requiere una voluntad atenta y libre, un corazón que quiera escuchar la voz del pastor. "Puedo ver gracias a la luz del sol; pero si cierro los ojos, no veo: esto no es por culpa del sol sino por culpa mía, porque al cerrar los ojos impido que me llegue la luz solar" (Sto Tomás). María nos ayudará a abrir de par en par el corazón al amor de Dios, para escuchar con alegría la voz del Buen Pastor que nos llama por nuestro nombre.
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