Cuenta san Lucas que una mujer llamada Marta recibió a Jesús en su casa. Nos dice el relato que esta mujer tenía una hermana llamada María. Pero Marta es nombrada en primer lugar, probablemente porque sería la dueña de la casa. En cualquier caso, pronto Marta se verá sobrecargada e inquieta con la preparación de todo lo que le parece necesario para servir a Jesús.
Mientras tanto, María disfruta de la conversación “no solo sentada cerca de Jesús —señala san Juan Crisóstomo— sino junto a sus pies; para manifestar la presteza, la asiduidad, el deseo de oírlo y el gran respeto que profesaba al Señor”.
A lo largo de la historia de la Iglesia esta escena ha sido muy meditada e interpretada por los Padres y los santos. Con frecuencia se ha visto a Marta como símbolo de la acción y del trabajo en este mundo, así como a María un símbolo de la contemplación y de lo que será la visión beatífica de Dios.
Entonces, “¿qué quiere decir Jesús? —se preguntaba el papa Francisco— ¿Cuál es esa cosa sola que necesitamos? Ante todo es importante comprender que no se trata de la contraposición entre dos actitudes: la escucha de la Palabra del Señor, la contemplación, y el servicio concreto al prójimo. No son dos actitudes contrapuestas, sino, al contrario, son dos aspectos, ambos esenciales para nuestra vida cristiana; aspectos que nunca se han de separar, sino vivir en profunda unidad y armonía. Pero entonces, ¿por qué Marta recibe la reprensión, si bien hecha con dulzura? Porque consideró esencial solo lo que estaba haciendo, es decir, estaba demasiado absorbida y preocupada por las cosas que había que hacer. En un cristiano, las obras de servicio y de caridad nunca están separadas de la fuente principal de cada acción nuestra: es decir, la escucha de la Palabra del Señor, el estar —como María— a los pies de Jesús, con la actitud del discípulo. Y por esto Marta es reprendida”.
Jesús da a entender que la escucha atenta a sus pies hay que preferirla y anteponerla para cumplir de verdad su mandamiento de amor. San Josemaría explicaba así esta realidad: “María escogió la mejor parte, se lee en el Santo Evangelio. –Allí está ella, bebiendo las palabras del Maestro. En aparente inactividad, ora y ama. –Después, acompaña a Jesús en sus predicaciones por ciudades y aldeas. Sin oración, ¡qué difícil es acompañarle!”. Por eso Jesús afirma también que “la mejor parte” de María no le será arrebatada, aludiendo al hecho de que la parte de Marta sí se puede perder.
Es decir, sin la contemplación, que da sentido y eficacia a la labor que se hace por Dios, antes o después se terminaría también abandonando esta. San Josemaría ataja este problema admirablemente cuando exhorta en otro lugar: “Trabajemos, y trabajemos mucho y bien, sin olvidar que nuestra mejor arma es la oración. Por eso, no me canso de repetir que hemos de ser almas contemplativas en medio del mundo, que procuran convertir su trabajo en oración”. Porque cuando se cuida la oración, antes o después todo se convierte en lugar de encuentro con Dios, de diálogo amoroso con Él.
Una persona que, como Marta, agobiada por los quehaceres
diarios no tuviera tiempo para Dios, para los suyos, para su descanso físico y
espiritual, acabará no teniendo tiempo para nada ni para nadie, ni siquiera
para hacer bien ese trabajo que tanto le absorbe. Haría muchas cosas, sin duda
y por un tiempo, pero no haría lo más importante. Esto es lo que Jesús le da a
entender.
La meditación asidua de la Palabra de Dios no nos aleja de
quienes nos rodean en la vida y del trabajo, sino que es allí donde el
cristiano saca la energía necesaria para que su trato con los demás y su
trabajo estén impregnados del espíritu de Cristo, sea más humano y cristiano,
porque -como enseña San Josemaría Escrivá- "el hombre no debe limitarse a
hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor,
se ordena al amor".
"María ha escogido la parte mejor". No ha olvidado
que el trabajo del alma, su cuidado, es el alma de todo trabajo. El quehacer
diario no la domina haciéndole perder la paz, como a Marta. No es esclava de su
trabajo sino señora de él.
«Cuando iban de camino entró en cierta aldea, y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Tenía ésta una hermana llamada María que, sentada también a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Pero Marta andaba afanada con los múltiples quehaceres de la casa y poniéndose delante dijo: «Señor, ¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude». Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria. Así, pues, María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada». (Lucas 10, 38-42).
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