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viernes, 26 de septiembre de 2025

El día del Señor: domingo 26 del T.O. (C)

 

El Señor nos invita a vivir la templanza para contrarrestar la asfixia de bienestar material que nos rodea. Acompaño varias reflexiones.

Hay que comer para vivir y no vivir para comer como el rico Epulón del que nos habla Jesús, el cual parece que no tiene otro dios que el vientre y no piensa "más que en las cosas de la tierra" como se quejaba S. Pablo (Cf Flp 3,19).

Este modo de conducirse va embotando poco a poco la conciencia volviéndola torpe y casi incapaz para los bienes del espíritu: "El hombre animal no capta las cosas del Espíritu de Dios; para él son necedad. Y no las puede entender, porque sólo pueden ser juzgadas espiritualmente" (1 Cor 2,14).

La sensualidad prepara el lecho a la incredulidad. La tendencia a no valorar sino lo que se puede tocar y resulta placentero, el excesivo afán de comodidad, de lujo, de bienestar, conduce al olvido de Dios y de los demás originando una suerte de inflamación del egoísmo. "Los ojos que se quedan como pegados a las cosas terrenas, enseña S. Josemaría Escrivá, pero también los ojos que, por eso mismo, no saben descubrir las realidades sobrenaturales". Esto queda ilustrado por Jesús en la petición que pone en boca del rico cuando descubre que el infierno es verdad, que si se vive según la carne, en expresión de S. Pablo, no se alcanzará la inmortalidad dichosa, pero, si con el espíritu se moderan las malas inclinaciones del cuerpo, se alcanzará esa meta (Cf Rm 8,13).

Es más, cuando el rico insiste para que Lázaro vaya a casa de su padre y alerte a sus cinco hermanos a fin de que "no vengan también ellos a este lugar de tormento", Jesús se muestra escéptico ante la posibilidad de que un milagro les abra los ojos y los oídos a quienes piensan que con la muerte se acaba todo y viven en un egoísmo sin corazón y sordos a la palabra de Dios.

"Si no escuchan a Moisés y los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto". Quien no se inclina ante la palabra de Dios, tampoco lo hará ante el mayor de los milagros. La petición de señales prodigiosas como una aparición, es una escapatoria que, por otra parte, siempre se podría explicar como una ilusión de nuestra fantasía, una alucinación, para seguir anclados en una vida de regalo y de insolidaridad. 

Esto queda confirmado con esta sentencia: "Esta generación mala y adúltera pide una señal, pero no se le dará" (Mt 16,4; Mc 8,12). Jesús condena aquí el materialismo que se cierra al espíritu, viviendo como si Dios no existiera y no hubiera insistido en que no somos dueños de los bienes de la tierra sino administradores. "La pobreza, afirma S. Agustín, no condujo a Lázaro al Cielo, sino su humildad; y las riquezas no impidieron al rico entrar en el eterno descanso, sino su egoísmo y su insensibilidad".

La misericordia del Señor es infinita, nos facilitará superar esa ceguera y ayudar a los demás a que luchen y la superen también. 

«Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, en cambio, llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de los desperdicios que caían de la mesa del rico y nadie se los daba. Y hasta los perros acercándose le lamían sus llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado. Estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando sus ojos vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno; y gritando, dijo: padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas. Le contestó Abrahán: hijo, acuérdate que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora, pues, aquí él es consolado y tú atormentado. Además de todo esto, entre vosotros y nosotros hay interpuesto un gran abismo, de modo que los que quieren atravesar de aquí a vosotros, no pueden; ni pueden pasar de ahí a nosotros. Y le dijo: te ruego entonces, padre, que le envíes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también a este lugar de tormentos. Pero le replicó Abrahán: Tienen a Moisés y a los Profetas. !Que los oigan! El dijo: no, padre Abrahán; pero si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán. Y les dijo: si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno de los muertos resucite» (Lucas 16, 19-31).

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