Demos gracias a Dios por estar presente en nuestros templos y en el corazón de todos los cristianos. Acompaño mis reflexiones
En los comienzos del cristianismo, la celebración de la Eucaristía tenía lugar en casas privadas que algunas familias cristianas –habitualmente las que contaban con mayores medios económicos y, por tanto, con viviendas más amplias– ponían a disposición de la comunidad. Eran las primitivas iglesias domésticas o domus ecclesiae. En Roma, el primer templo cristiano que se edificó fue la basílica Lateranense, en los terrenos hasta entonces ocupados por un cuartel de la guardia privada del emperador.El Papa Silvestre la consagró en el año 318. Al principio, recibió el nombre de Basílica del Salvador, pero en época medieval se dedicó también a san Juan Bautista y san Juan Evangelista. Durante bastantes siglos, hasta el periodo de Aviñón, allí estuvo la cátedra papal, por lo que esta basílica mereció el título de cunctarum mater et caput ecclesiarum, madre y cabeza de todas las iglesias, que aún puede leerse en una inscripción junto a la entrada.
Hoy conmemoramos la dedicación de esta basílica. Es una ocasión para reforzar nuestra comunión con la sede de Pedro y también para profundizar en el significado que tienen en la vida cristiana los edificios sagrados, los espacios dedicados exclusivamente al culto. Uno de los prefacios que pueden rezarse en la Misa de hoy resume el sentido de esta celebración cuando da gracias a Dios con estas palabras: «Porque generosamente te dignas habitar en toda casa consagrada a la oración, para hacer de nosotros, con la ayuda constante de tu gracia, templo del Espíritu Santo, resplandeciente por la santidad de vida. Con tu acción constante, santificas a la Iglesia, esposa de Cristo, representada en edificios visibles, para colocarla en el cielo para gloria tuya, como madre gozosa por la multitud de tus hijos»[1]. Las iglesias visibles son símbolo de la Iglesia invisible, formada por todos los bautizados como «piedras vivas y elegidas»[2]. Por eso, en una fiesta como la de hoy, pedimos al Señor que, con su ayuda, sepamos edificar la Iglesia y así alcancemos la morada definitiva en la Jerusalén del cielo[3].
«Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,23), respondió Jesús a la mujer samaritana que planteaba cuál era el lugar adecuado para el culto divino. Cristo señala que, más allá del lugar material, lo más importante es que Dios vive en el corazón de cada hombre (cfr. Jn 14,23), y también asegura su presencia cada vez que dos o tres se reúnan en su nombre (cfr. Mt 18,20). Como después enseñará san Pablo en el Areópago, «el Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos fabricados por hombre, ni es servido por manos humanas como si necesitara de algo el que da a todos la vida, el aliento y todas las cosas» (Hch 17,24-25).
Poner en primer lugar la trascendencia de Dios y la importancia de la interioridad en nuestro trato con él, no contradice, sin embargo, el hecho de que los hombres necesitemos lugares donde la cercanía del Señor hacia nosotros se manifieste de modo más patente. Y a esto se añade la realidad de que no nos salvamos individualmente, sino como Iglesia, como pueblo de Dios. No por casualidad, la palabra iglesia, en su origen griego, significa asamblea o reunión. Efectivamente, en la iglesia, grande o pequeña, nos reunimos con otros fieles cristianos y Cristo se hace presente entre nosotros, especialmente en la Eucaristía. «Mi casa será llamada casa de oración» (Mt 21,13). Hemos leído estás palabras de Jesús en el evangelio de la Misa. Nos pueden servir para considerar cómo es nuestra actitud cuando entramos en una iglesia, capilla u oratorio. ¿Nos sentimos realmente en la casa de Dios y dirigimos enseguida nuestra mirada al sagrario, donde se custodia la Eucaristía? ¿Somos capaces de instaurar un silencio interior que nos permita orar? ¿Buscamos adorarle y agradecerle su cercanía, su paciencia, haber querido mantener una familiaridad a la vez tan humana como asombrosa?
[1] Prefacio, Común de la Dedicación de una iglesia fuera de la iglesia dedicada.
[2] Oración colecta, Misa de la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán.
[3] Oración después de la comunión, Ibídem.

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