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sábado, 6 de diciembre de 2025

El día del Señor: domingo 2º de Adviento (A)

 

Para recibir al Señor en la Navidad necesitamos una nueva conversión. Mis reflexiones os ayudarán a recibir la luz y gracia del Señor para que se realice. 

El evangelio de este segundo domingo de Adviento nos presenta la figura san Juan Bautista en el Jordán. El término adviento era empleado por los historiadores antiguos para describir la llegada a la urbe de los emperadores, después de importantes campañas militares. 

Toda la ciudad se preparaba para el evento y la entrada triunfal. La Iglesia se prepara también para un adviento, una llegada mucho más importante: la de Hijo de Dios en Navidad, y muy diferente de las que celebraban los poderosos, porque se acerca en la humildad de un niño recostado en un pesebre. La voz del Bautista resuena en este tiempo litúrgico, a través del relato de Mateo, con un mensaje fuerte de conversión personal como medio eficaz para preparar la llegada del Mesías.

Varias cosas llaman la atención en el relato de Mateo. En primer lugar, el marco elegido por el Precursor para ejercer su ministerio. El Bautista no predica en la ciudad concurrida, donde su mensaje podría alcanzar a mucha gente a la vez. En cambio, elige el desierto, lugar inhóspito y poco habitado, que recuerda por contraste el Paraíso perdido por el pecado original (cfr. Gn 2-3). El desierto, quizá, refleja geográficamente la situación de pecado que sufre la Humanidad y sus consecuencias. El desierto fue también el lugar de la prueba para el pueblo de Israel, como narra sobre todo el libro del Éxodo y Números. Y fue el ámbito de sus sucesivas conversiones, gracias a la providente ayuda divina, porque Dios es siempre fiel a la alianza que hizo con su pueblo. De hecho, después de ser bautizado por Juan, el Hijo de Dios vencerá en el desierto las pruebas que el pueblo de Israel no supo superar. El desierto, en definitiva, favorecía el clima necesario de sobriedad y penitencia que Juan demandaba para recibir el bautismo de conversión.

Mateo dice que Juan llevaba «una vestidura de pelo de camello con un ceñidor de cuero a la cintura, y su comida eran langostas y miel silvestre» (v. 4). Basándose en esta descripción, el arte suele representar al Precursor con un porte externo pobre. Es posible suponer, sin embargo, que Juan vistiera así para significar su misión profética. El libro de Zacarías 13,4, por ejemplo, da a entender que los falsos profetas vestían mantos ricos. Las gentes podrían reconocer en Juan, por tanto, a alguien que tenía autoridad para profetizar y que no vestía como los falsos profetas. En cualquier caso, Juan testimoniaba con su ejemplo, su porte austero y digno y su dieta exigente, la disposición interior y la preparación que predicaba y exigía a las gentes.

El evangelista resume la predicación de san Juan con la frase: «convertíos porque está al llegar el Reino de los Cielos» (v. 2). En el texto griego original se utiliza el verbo metanoein, que alude al cambio de opinión y de criterio propio. En el contexto del pasaje, supone una transformación interior en el modo de pensar y vivir, un cambio de planteamiento. Es lo que la tradición de la Iglesia ha condensado siempre con la palabra “conversión”, la cual incluye necesariamente un fuerte sentido de purificación personal. Por eso la versión latina de la Biblia tradujo la frase del Bautista con la expresión “haced penitencia”.

El mensaje del Bautista es exigente, como lo es el evangelio del Reino que predicó Jesús. Siempre corremos el peligro de desear adaptar ese evangelio a nuestro criterio y a nuestras circunstancias actuales. Ciertamente es necesario saber transmitir la fe en cada momento y lugar con el don de lenguas necesario. Pero lo que se deduce del mensaje del Bautista, que se actualiza en este Adviento, es que somos los hombres los que necesitamos adaptarnos al evangelio, con un cambio de mentalidad y actitud, con espíritu de penitencia personal.

Frente al tono exigente del Precursor, algunos fariseos que pensaban que eran hijos de Abrahán, tranquilizando así sus conciencias, les recordó que Dios puede sacar de las piedras gente grata a Dios. También hoy nos encontramos con personas que creen ver una contradicción entre las enseñanzas de Jesús y el “rigorismo” de la doctrina actual de la Iglesia.

Nada ultrajaba tanto la misericordia y el amor del Hijo de Dios -dicen- como las cargas pesadas que ponían y ponen hoy sobre los hombros de los demás los representantes de la Iglesia, mientras ellos no ponen ni un dedo por aliviarlas. Nuestro Dios es amor, misericordia y compasión, no un capataz duro y sin entrañas. No, dice la Iglesia a la contracepción, incluso a las parejas pobres que se esfuerzan por dar a sus hijos una vida decente y por expresar su amor conyugal; no al matrimonio de los divorciados, incluso para las mujeres abandonadas por sus maridos; no a la fecundación in vitro, incluso dentro del matrimonio cuando por una enfermedad de la mujer no puede concebir... En dos palabras: el sencillo y humano mensaje de Jesús ha sido suplantado por la “inhumana” doctrina de la Iglesia.

Nos engañaríamos si creyéramos que Jesús se movía en un plano distinto al que la Iglesia nos propone. Bastaría recordar su trayectoria llena de renuncias que concluyen con la entrega de su vida en una muerte atroz y humillante en la Cruz para comprender la afirmación del Bautista:"Yo no soy digno ni de llevar sus sandalias". No le llego ni al tobillo, diría hoy.

Está en un error quien piensa que el cristianismo le protege del sacrificio que la vida cristiana exige. No busquemos nunca a Cristo sin la Cruz, si no queremos tropezarnos con esas cruces sin Cristo que no libran de la fatiga humana y que carecen de valor redentor. Quien escucha y hace caso a la Iglesia, está en la verdad. "El que a vosotros oye a Mí me oye", dirá Jesús refiriéndose el magisterio de Pedro y los Obispos en comunión con él.

No hay amor allí donde no hay sacrificio por la causa de Jesucristo. Para llevar a cabo esta tarea que excede nuestras fuerzas, el Bautista entonces y la Iglesia hoy, nos recuerdan que el Bautismo en Espíritu Santo y fuego nos convertirá en trigo para su granero, esto es, gente grata a Dios que un día se sentará en su mesa en el reino de los cielos.


Evangelio (Mt 3,1-12)

En aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea y diciendo:

—Convertíos, porque está al llegar el Reino de los Cielos.

Éste es aquel de quien habló el profeta Isaías diciendo:

Voz del que clama en el desierto:

«Preparad el camino del Señor,

haced rectas sus sendas».

Llevaba Juan una vestidura de pelo de camello con un ceñidor de cuero a la cintura, y su comida eran langostas y miel silvestre.

Entonces acudía a él Jerusalén, toda Judea y toda la comarca del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Al ver que venían a su bautismo muchos fariseos y saduceos, les dijo:

—Raza de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira que va a venir? Dad, por tanto, un fruto digno de penitencia, y no os justifiquéis interiormente pensando: «Tenemos por padre a Abrahán». Porque os aseguro que Dios puede hacer surgir de estas piedras hijos de Abrahán. Ya está el hacha puesta junto a la raíz de los árboles. Por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego.

»Yo os bautizo con agua para la conversión, pero el que viene después de mí es más poderoso que yo, a quien no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego. Él tiene en su mano el bieldo y limpiará su era, y recogerá su trigo en el granero; en cambio quemará la paja con un fuego que no se apaga.


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