Era conocido que, con la ley aprobada en 1997, sobre libertad de conciencia y asociaciones religiosas, se controlaba de hecho la práctica de la religión en Rusia.
La regulación era más severa aún que la española de la postguerra: la primacía total era para la Iglesia ortodoxa; las demás confesiones, así como posibles ONG de inspiración diversa, tenían que someterse a un férreo registro para conseguir el reconocimiento legal. Con el fin de evitar el desarrollo de nuevos grupos, se estableció la necesidad de probar que las organizaciones estaban presentes en Rusia durante más de quince años.
Además, se fijó un plazo perentorio de registro, para fin de ese año 1997. Algunas parroquias católicas de Siberia, como grupos protestantes o mezquitas, no pudieron inscribirse, como consecuencia de la resistencia de autoridades locales, que no fue posible superar dentro de ese término temporal.
Como era previsible, afectó a los Testigos de Jehová, que decían contar entonces con unos 300.000 miembros en Rusia. Se les acusaba de destruir familias, fomentar la discordia nacional, refrenar los derechos individuales o convertir a menores sin permiso de sus padres. El proceso de suspensión no fue adelante en Moscú. Pero el año pasado se promulgaron nuevas leyes aún más restrictivas de la libertad, con la excusa de la lucha contra el terrorismo.
Dentro de ese marco, se difundió hace unos días la noticia de que el Tribunal Supremo de Rusia había confirmado la legalidad de la prohibición de las actividades de los Testigos de Jehová, con la incautación de sus propiedades, por considerarla una organización extremista: a juicio del ministerio de Justicia, “representa una amenaza para nuestros ciudadanos, el orden público y la seguridad de la sociedad”. La medida alcanza al Centro directivo en Moscú y a sus 395 filiales en el país.
Imagino que se presentará una nueva demanda ante el Tribunal europeo de derechos humanos, con sede en Estrasburgo, que falló el 24 de mayo de 2016 a favor de la libertad religiosa en Turquía, en un caso planteado por los Testigos y otros, ante la prohibición de hecho para contar con lugares de culto en aplicación de leyes de urbanismo. El triunfo de Erdogan en el reciente referéndum turco supone un avance en el proceso de islamización del país, que amenaza al ejercicio de la libertad religiosa. Aquí afecta, y mucho, a los cristianos ortodoxos: aun con la legislación actual, continúan pendientes reivindicaciones que piden la devolución de antiguos bienes eclesiásticos, como el seminario de Halki, cerca de Estambul, cerrado injustamente en 1971. Muy probablemente, la situación empeorará a partir de ahora.
No voy a repetir ideas y enfoques sobre otros países de Asia, conocidos por la especial opresión a los cristianos, desde China a tantos Estados de Pakistán o la India. El problema se está agudizando también en Indonesia, el país con mayor número de musulmanes del mundo.
Acaba de comprobarse con la derrota electoral el 19 de abril, en segunda vuelta, del gobernador de Yakarta, el cristiano protestante Basuki “Ahok” Tjahaja Purnama. Será sustituido por Anies Baswedan, un musulmán votado también por los islamistas radicales.
Aparte de cuestiones políticas que ignoro, había leído sobre el proceso abierto contra Ahok, acusado de blasfemia. El fiscal pide una condena de dos años, que cumpliría en régimen de libertad condicional, salvo en caso de reincidencia. Todo arranca de una posible imprudencia oral durante un mitin en otoño del año pasado, en que se permitió citar un pasaje del Corán –aunque sin criticarlo abiertamente- que recomienda a los musulmanes no tener amigos entre los judíos y los cristianos. El entonces gobernador quería convencer a los electores de no decidir en función de la religión, sino según los logros objetivos en la administración pública al servicio de los ciudadanos.
A pesar de la instrumentalización electoral de esa referencia al Corán en la campaña, Ahok fue el candidato más votado en la primera vuelta, celebrada en febrero; pero ahora ha sido batido por el candidato musulmán (58% de los votos, frente a los 42 suyos). Estos últimos meses fueron constantes las multitudinarias manifestaciones contra Ahok convocadas por diversas organizaciones islamistas. Le atacaban también por sus raíces chinas.
“Un voto por el radicalismo”, tituló Asia Times. A juicio de Le Monde, se trata de una derrota de los defensores de una sociedad abierta y multiconfesional; y una victoria de los medios islamo-nacionalistas o integristas. Se une al aumento en 2016 de las violaciones de la libertad religiosa, señalado en el informe del Wahid Institute de Yakarta: se registraron al menos 204 episodios y 313 actos de abusos contra las comunidades religiosas, especialmente las minorías, con un incremento de alrededor del 7% en comparación con el 2015.
La distinción entre religión y política es un bien específicamente cristiano, propio de una fe racional y libre. El futuro de la libertad religiosa en el mundo, aunque no lo parezca a primera vista, depende mucho de la evangelización.
Salvador Bernal
religionconfidencial.com
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