Desde su casa en Manhattan, donde trabaja en nuevos textos, el maestro del Nuevo Periodismo se muestra más a contracorriente que nunca.
—Ha cumplido usted 86 años, ¿cierto?
—Así es.
—¿Se encuentra bien para seguir trabajando?
—Sí, sigo escribiendo. Ya no juego al tenis ni voy al gimnasio, lo dejé cuando tenía como ochenta años. Pero sigo saliendo a la calle y tengo interés por lo que pasa. La razón por la que no me siento como un lisiado es porque me junto con gente, encuentro inspiración y estimulación en otros. Eso me mantiene ocupado para no empezar a quejarme sobre si me duele una rodilla o tengo tos.
—En los últimos tiempos, con su pieza «El motel del voyeur» y varias polémicas en los medios, parece que está más activo y más peleón que nunca...
—¡Y más golpeado también!
—Se armó cuando dijo que ninguna mujer le había influido en su obra…
—Eso fue un error que no me dejaron subsanar. Dije ninguna porque me preguntaron qué mujeres habían tenido una influencia cuando yo empecé a escribir. Ninguna, porque era un chaval joven, lo que yo seguía era a la gente que escribía de deportes. No me dijeron cuando tenía treinta o cuarenta años, hubiera sido diferente. Es verdad, lo dije, está en la grabadora, es indisputable. Pero no me dieron la oportunidad de explicarlo. Es «fake news».
—También crearon revuelo sus comentarios sobre el escándalo sexual de Kevin Spacey.
—El periodista me preguntó sobre él en un acto en la Biblioteca Pública de Nueva York. Le dije: «Mira, en esta sala habrá unas trescientas personas. Todo el mundo tendrá algo aquí de lo que arrepentirse. También el Dalai Lama habrá hecho algo que querría cambiar», y añadí que el actor joven que acusó a Spacey quizá tenía que haber cerrado la boca por una vez. Luego el periodista me dijo que había muchos más casos. Pero yo no lo sabía, hubiera dicho otra cosa de haberlo conocido. Pero el periodista tuvo el titular rápido, lo que estaba pensando. Yo quedé como un idiota. Pero bueno, no es la primera vez que me ocurre.
—¿Tiene demasiada presencia lo políticamente correcto?
—Jesús, es tan opresivo y tan dictatorial. Es la idea de la virtud. Lo peor del mundo es la virtud, la religión está basada en ella. La rectitud de los creyentes. De lo contrario, eres un infiel. Hay que matar al infiel. Ahora hay que seguir un cierto código de conducta y tener una actitud ortodoxa, sin poder desviarte un mínimo. Por ejemplo, decir que no todos esos hombres a los que se les ha vilipendiado, quizá eran culpables de las acusaciones. Muchos no hantenido la oportunidad de dar su versión de los hechos. Nadie quiere escuchar eso. Pasa lo mismo con Trump.
—El presidente se ha comido a la prensa estadounidense.
—Así es: Trump, Trump, Trump todo el jodido día. El periodismo hoy, sobre todo en Washington, no es más que la vieja historia de los rusos, las elecciones, la investigación de Mueller… No saben escribir sobre otra cosa porque Trump provoca el máximo interés, es el hombre más famoso del mundo. Hace muchos años lo fue Muhammad Ali, pero ahora es Trump. Da igual que sea el mayor criminal o el más estúpido del mundo. Eso no importa.
—¿Le interesa algo del presidente?
—Para mí, la historia increíble sobre él es cómo se mantiene cuerdo. Cómo no se pega un tiro en la sien. Todo lo que lee sobre él es negativo. Todo está mal. No lo voy a hacer, aunque me encantaría: cómo vive Trump con todo eso.
—De alguna forma, el ascenso de Trump al poder pilló al periodismo con el pie cambiado. Pero es el mismo periodismo que no ha prestado atención a la América olvidada que posibilitó su victoria.
—Muchos periodistas de mi generación éramos «outsiders» del poder. Muchos judíos, irlandeses y algunos italianos como yo, de clase trabajadora. Aunque hubiéramos ido a la universidad, en el servicio militar nos juntábamos con gente de todos lados y de todas las extracciones. Cuando yo entrevistaba a alguien con poder, para mí era el enemigo. El presidente de EE.UU., el consejero delegado de un banco o el director de un colegio. Ellos estaban arriba y yo, abajo. No lo mostraba, porque yo iba bien vestido y era educado, pero no servil. Ahora los periodistas vienen de la misma clase social que la gente del mundo financiero o político. Van a las mismas universidades y sus hijos aprenden a nadar en la misma piscina. Comparten el mismo lenguaje y los mismos valores. Y por eso en parte los medios no han prestado atención a la gente que votó a Trump, porque no se mezclan con ellos. El periodista ya no se identifica con el desafortunado, con el necesitado, con quien no tiene reconocimiento.
—El periodismo también va por otro camino en la necesidad de la inmediatez, en la dictadura del ciclo de noticias de última hora. Su forma de trabajar está en extinción.
—Mi periodismo es el de hace tres generaciones. Mis maestros en la redacción, gente que no había ido a la universidad, me decían que no me acercara al teléfono, que fuera a hablar con la gente. He seguido ese credo durante 70 años. Descubro cosas porque hablo con la gente. No llamo, ni busco en Google, ni mando mensajitos. Con todo lo viejo que soy, ni siquiera sé lo que es Facebook. No tengo ni jodida idea de lo que es. Leo por ahí sobre esa gente que sale en Instagram. ¿Debería saber sobre ellos? Yo creo que no.
—Pero usted es una persona muy curiosa…
—Sí, pero no con lo que no tenga que ver directamente con las personas. Yo no quiero ser ese tipo de periodista. Quiero ser un contador de historias, hablar de personas con intimidad, saber mucho sobre ellas. No quiero pensar que lo que escribo hoy está muerto mañana. Lo escribo hoy, se publica mañana y seguirá vivo durante cincuenta años.
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Juan Ramón Domínguez Palacios / lacrestadelaola2028.blogspot.com
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