“Oh Dios crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”. Termina la Cuaresma y nos disponemos a participar en el gran misterio Pascual: el paso de la muerte a la vida de Jesucristo, el primogénito de sus hermanos los creyentes, con la petición de que el Señor nos conceda un corazón entregado a la causa del Evangelio.
Jesús sabe que el proyecto de amor de su Padre –salvar a los hombres– se acerca a su coronación. Va a culminar su misión en el Calvario. Este ha sido su principal deseo, que ahora actualiza con decisión: «Ahora mi alma está turbada; y ¿qué voy a decir?: “¿Padre, líbrame de esta hora?” ¡Pero si para esto he venido a esta hora! ¡Padre, glorifica tu nombre!» (Jn 12,27-28). Conocer verdaderamente a Cristo implica descubrir que su identidad es inseparable de la cruz. Entender al Señor sin su pasión sería falsear su verdadero mensaje.
Por esto, ante la petición de unos griegos que quieren verle, Cristo responde hablando de la hora de la salvación y emplea la imagen del grano de trigo. Son dos componentes que dibujan la imagen de quién es él. Si queremos conocer a Jesús con plena fidelidad, no podemos reducirle a un mero maestro o a un austero profeta, sino a Dios que ha venido en el momento oportuno a dar su vida por nosotros. «Si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto» (Jn 12,24). «Jesús revela que él, para todo hombre que quiera buscarlo, es la semilla escondida dispuesta a morir para dar mucho fruto. Como diciendo: si queréis conocerme, si queréis comprenderme, mirad el grano de trigo que muere en la tierra, es decir, mirad la cruz»(Francisco).
Abrazar la cruz de Cristo no consiste en una mera acumulación de sufrimientos, de proponerse sacrificios que nos den la subjetiva impresión de merecer una gloria o una recompensa por nuestros actos. Jesús habla de perder la vida, pero lo hace en clave de servicio discreto. «¿Y qué significa perder la vida? Es decir, ¿qué significa ser el grano de trigo? Significa pensar menos en sí mismos, en los intereses personales y saber ver e ir al encuentro de las necesidades de nuestro prójimo, especialmente de los últimos. Cumplir con alegría obras de caridad hacia los que sufren en el cuerpo y en el espíritu es el modo más auténtico de vivir el Evangelio, es el fundamento necesario para que nuestras comunidades crezcan en la fraternidad y en la acogida recíproca». (Francisco)
Escuchar no es lo mismo que oír. Al cabo del día se oyen muchas cosas pero se escucha poco. Hay personas que, tienen tal incontinencia verbal o que se quieren imponer tanto a los demás, que no escuchan; sólo hablan. Y cuando parecen escuchar, solamente se está tomando un respiro para intervenir de nuevo. Contestan a lo que el otro les dice continuando con su conversación anterior. Al conducirse así dan muestras de que el otro no cuenta. Si hay una manera de aislarse de quienes nos rodean es realmente ésta. Tal vez una de las razones por las que la gente se siente sola estribe en este defecto.
Sujetar la lengua y no almacenar agravios y desaires. “Lejos de nuestra conducta, por tanto, el recuerdo de las ofensas que nos hayan hecho, de las humillaciones que hayamos padecido -por injustas, inciviles y toscas que hayan sido-, porque es impropio de un hijo de Dios tener preparado un registro, para presentar una lista de agravios” (S. Josemaría Escrivá).
Cuando la comodidad diga: ¡bah! Cuando estemos hechos un hervidero de odio y el Diablo aproveche para sugerirnos que somos esclavos de unos principios morales trasnochados, embridemos ese animal enfurecido en que nos convertimos a veces y recordemos esta advertencia que el Señor nos hace hoy: “El que se ama a sí mismo se pierde”.
“En aquel tiempo entre los que habían venido a celebrar la Fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: -Señor, quisiéramos ver a Jesús.
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: -Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: -Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: -Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir” (Juan 12,20-33).
No hay comentarios:
Publicar un comentario