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domingo, 22 de septiembre de 2013

EL DÍA DEL SEÑOR: DOMINGO 25º T.O.

   
   Injusto. Pero astuto. Así es el protagonista de la parábola del evangelio de hoy. Un administrador que decide poner toda su inteligencia al servicio de la supervivencia. Sabe que le queda poco en casa de su jefe. Decide emplear el dinero en hacerse amigos que puedan darle su apoyo y cobijo cuando se encuentre sin trabajo ni hogar. 

   Para ello, perdona gran parte de lo debido, de modo que así los pagadores quedan en deber de gratitud con él. No obstante, condona la deuda de un modo desproporcionado. Por ejemplo, cobra tan solo cincuenta de los cien barriles de aceite que se debían pagar.


   Lo más sorprendente no es la astucia del administrador, sino que reciba la alabanza de Jesucristo. Sí. Jesús lo considera laudable y lo ensalza con palabras misteriosas: «Haceos amigos con el dinero injusto –dice Jesús–, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas» (Lc 16, 9).
Desde el palacio papal de Castelgandolfo, Benedicto XVI comentaba que el dinero no es injusto en sí mismo, sino que merece esa calificación porque ninguna otra cosa sobre la tierra es capaz de esclavizar como él[19]. Es cierto: ¿cuántas veces tendremos la desgracia de ver una familia dividida por una herencia?, ¿dejará de haber algún día guerra entre las naciones por una riqueza natural en litigio? Podríamos proseguir enumerando una lista sin fin de males que se derivan del deseo de poseer.

   Lo que Jesús quiere decir, según el parecer del Pontífice, es que hay necesidad de realizar una especie de «conversión» de los bienes económicos. Del mismo modo que cada persona debe convertirse, extirpando todo egoísmo y fomentando la caridad, así también en su dimensión social y económica. El dinero, que tan fácilmente puede pervertir, debidamente empleado es un instrumento óptimo para concretar la preocupación por las necesidades de los demás.
Dice la Escritura que Cristo, «siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriquecierais con su pobreza», y Benedicto XVI señala agudamente: «parece una paradoja que Cristo no nos ha enriquecido con su riqueza, sino con su pobreza, es decir, con su amor, que lo impulsó a entregarse totalmente a nosotros».

   Por tanto, siempre y por encima del dinero está el amor, la caridad. En ella encontramos el criterio justo del uso de los bienes materiales, y en ella reconocemos que el bien mayor que podemos dar al prójimo no se mide ni en dólares ni en euros, sino en el cariño y la entrega de uno mismo.

   Quien haya tenido la oportunidad de viajar a ciudades como Río de Janeiro o Sao Paolo, habrá podido apreciar que, junto a los inmensos y modernísimos rascacielos o urbanizaciones llenas de lujo, se amontonan centenares de favelas en extensas superficies de pobreza. Mientras que en un lado de la calle corren ríos de dinero a través de inversiones millonarias, miles de hombres y mujeres, familias, se desangran en la miserable vida de las chabolas.

   En el año 1991, Juan Pablo II llamó nuevamente la atención de este hecho en su encíclica Centesimus annus. En esta carta, recordaba la primera encíclica social publicada cien años antes por León XIII llamada Rerum novarum. Juan Pablo II recordó algunos criterios para la construcción de una doctrina social de la Iglesia.

   Después de subrayar algunos aspectos positivos de la moderna economía de empresa, el Pontífice manifestó algunas deficiencias del capitalismo. La evidente desproporción entre ricos y pobres así como la devastación de los bienes del planeta en vistas a un progreso utópico e ilimitado fueron denunciadas con particular énfasis. El enriquecimiento de unos pocos mientras otros chapotean en la miseria, así como una dañosa explotación del planeta, son procesos que el cristiano urgido por la caridad no puede tolerar.

   Surge entonces a nuestra consideración el aspecto social de nuestra fe. Ser cristiano tiene una evidente repercusión política y comunitaria que no puede ser obviada. El alma cristiana debe ser sensible a estas cosas, porque el seguimiento de Cristo lo exige así.

   Si te preguntas cómo poner en práctica esa preocupación social, la respuesta es sencilla: formar parte de asociaciones que promuevan mayor calidad de los servicios comunitarios así como leyes justas; vivir la caridad con los más necesitados a través de un voluntariado organizado (y exigente, no ocasional); colaborar económicamente con la Iglesia y con las instituciones de caridad; emplear tiempo del verano, todos los años, en servir a los que viven en la miseria...

Hay muchas formas de poner en práctica la dimensión social del cristianismo. Lo más importante es tener verdaderamente una conciencia social, y me pregunto si tomamos opción, al menos, por alguna de esas prácticas que nos ayudan a estar más unidos al necesitado.

   «Cuando predomina la lógica del compartir y de la solidaridad, es posible corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo y sostenible», afirmaba Benedicto XVI al término de su descanso veraniego.

   También nosotros queremos corregir nuestro camino con la lógica del amor. Como el administrador de la parábola, tratemos de ganar amigos con el dinero de la limosna y de nuestras obras. No obraremos inspirados por la astucia humana, sino por la justicia de Dios. Todo le pertenece a Él, y es a Él a quien hemos de devolverle todo: somos administradores de sus bienes cuya utilidad primaria y fundamental es ayudar a las almas a gozar de la gracia de Dios.

Hagamos caso, por tanto, a la última recomendación del evangelio de hoy: «no podéis servir a Dios y al dinero». Ser pobres aunque tengamos mucho significa vivir desprendidos de lo material y entregados a las necesidades de los demás; del prójimo más próximo y del mundo entero que tan a menudo languidece por la codicia.

   «María Santísima, que en el Magníficat proclama el Señor “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 53), ayude a los cristianos a usar con sabiduría evangélica, es decir, con generosa solidaridad, los bienes terrenos, e inspire a los gobernantes y a los economistas estrategias clarividentes que favorezcan el auténtico progreso de todos los pueblos».

Fulgencio Espá, Con Él, domingo 25 T.O.

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