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sábado, 9 de octubre de 2021

El día del Señor: domingo 28 del T.O. (B)

  

Una lección esencial sobre el valor de los bienes materiales. Acompaño mis reflexiones.

La propuesta de Jesús invitando a este joven a seguirle dejando todos sus bienes aunque suavizada con la promesa de “un tesoro en el cielo”, no en un Banco, le alejó de Él pesaroso. Con seguridad se trataba de un joven bueno, pero de una bondad común, una de esas personas que consideran que Dios no es lo suficientemente importante o grande como para hacerle feliz jugándose la vida por Él.

Cuando se alejó, con esa tristeza que tantas veces hemos comprobado en nuestro deseo de influir cristianamente en quienes nos rodean, Jesús se entretuvo en una serie de consideraciones a propósito de él con sus discípulos: “Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios”.

“Cristo ha denunciado como fatal y general ilusión -decía PABLO VI- la tendencia humana a buscar en el orden temporal la felicidad, la perfección, la santidad, y ha enseñado a buscarla en cambio más allá de ese orden, canonizando como situaciones preferentes aquellos estados desgraciados de la vida presente que de por sí crean deseos, aspiraciones, búsqueda de otro orden que sea de verdaderamente orden y que no podrá realizarse en el marco de la vida presente... Es decir, no celebra la pobreza por lo que ésta es materialmente, sino por el bien moral y religioso que de ella puede derivarse”.

La pobreza cristiana es saberse mantener a la suficiente distancia de los bienes de este mundo como para verlos en su verdadera dimensión sin sobrevalorarlos ni subestimarlos. Esto es, considerándolos como medios que nos hablan y llevan a Dios y no como fines. Con todo, como el hechizo de las riquezas es muy fuerte, quiso que nos pusiéramos en guardia para practicar un sano desprendimiento de las mismas tanto afectivo como efectivo.

¿Queremos comprobar si existe ese desprendimiento de los bienes puramente terrenos? Preguntémonos si los estamos usando para la implantación del Reino de Dios siendo generosos con nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestra salud, no haciendo gastos que no sean imprescindibles o concediéndonos caprichos. Si estos despojos cuestan tanto que su entrega nos entristece o la rehusamos, tenemos ahí un indicador infalible. Un cristiano afectiva y efectivamente pobre es alguien que está proclamando con hechos que cree en la otra vida, que prefiere la dignidad de la primogenitura a un plato de lentejas.

Quien logra ese despego, se ha construido un dique contra la marea arrolladora de una sociedad de consumo inventora de necesidades. Un lugar donde la necesidad de Dios restituye la respiración al alma. Un puesto donde se sabe dueño de sus bienes y no esclavo, hasta el punto de saber privarse de ellos cuando el caso lo requiera.

(Marcos 10,17-30).“En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó:  -Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: -¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre. Él replicó: -Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: -Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme. A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: -¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios! Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: -Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios. Ellos se espantaron y comentaban: -Entonces, ¿quién puede salvarse? Jesús se les quedó mirando y les dijo: -Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo. Pedro se puso a decirle: -Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús dijo: -Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones- y en la edad futura, vida eterna”

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