“Le seguía mucha gente”. “Paradójicamente, el mundo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios, lo busca por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, pide a los evangelizadores que le hablen de Dios” (Pablo VI).
Jesús se conmueve ante esa multitud que le busca. Nosotros, que debemos tener en el corazón idénticos deseos que Cristo Jesús (cf Fil 2,5), hemos de sentir “la dulcísima obligación de trabajar para que el mensaje divino de la revelación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra” (C. Vaticano II, A. A.)
“Con qué compraremos panes para que coman estos”, dijo Jesús para tantear a sus discípulos aunque bien sabía Él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: “Doscientos denarios...” Y Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero ¿qué es eso para tantos?”
Todos somos vulnerables a la tentación de que es muy poco lo que puede hacerse frente al olvido del sentido eterno de la vida en un número creciente de personas que viven junto a nosotros. Hoy se escriben libros de bolsillo y se editan revistas, se graban vídeos, se emiten noticias que suprimen cualquier frontera. Internet, los móviles y las pantallas han facilitado la comunicación.
Si hubo un tiempo en que las ideas o ciertas corrientes de pensamiento quedaban encerradas en el recinto de un reducido grupo de personas, hoy esos planteamientos son asimilados por centenares de millones de criaturas en un programa de radio o televisión, y no una vez ni dos, sino a diario y de un modo tan penetrante como amable: en una comedia de humor, en la entrevista a un famoso del deporte, del arte, de la política, de las ciencias. ¿Qué supone mi palabra ante el poder omnipresente de los medios de difusión?
¿No se trata de una competencia desigual? Cuando se trata de influir cristianamente en la vida de quienes nos rodean, no podemos juzgar de modo cuantitativo los medios con que contamos, porque ellos, en las manos del Señor, se multiplican de forma maravillosa. Por lo demás, ¿no tenemos los cristianos, junto al auxilio divino, idénticos medios? ¿Quién nos impide propagar la verdad de Jesucristo por los canales actuales de difusión a no ser nuestra desidia o la falta de imaginación?
“Confía tu camino al Señor y Él actuará” (S. 37). No ignoramos la resistencia de un ambiente permisivo, ni la débil respuesta que el mensaje cristiano encuentra a veces en nosotros y en quienes nos rodean; o la enorme dificultad de cambiar modos de pensar, comportamientos en las relaciones familiares, sociales, comerciales..., que están en claro contraste con la doctrina cristiana; pero debemos confiar que allí donde no llegan nuestros recursos humanos el Señor suple con creces esa carencia. Aquella muchedumbre, como nos narra el Evangelio de hoy, después de haber saciado su hambre y viendo que había sobrado, quisieron proclamar rey a Jesús.
Tenemos derecho, fiados en las promesas del Señor, a confiar en una mejora personal y de quienes nos rodean en la vida, persuadidos de que Dios tiene más interés que nosotros en que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf 1 Tim 2,4).
«Jesús, al levantar la mirada y ver que venía hacia él una gran muchedumbre, dijo a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para que coman éstos? Lo decía para probarle, pues él sabía lo que iba a hacer. Felipe respondió: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno coma un poco. Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces: pero, ¿qué es esto para tantos? Jesús dijo: Haced sentar a la gente. En aquel lugar había mucha hierba. Se sentaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil Jesús tomó los panes y, habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban sentados, e igualmente les dio de los peces cuanto quisieron. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: Recoged los trozos que han sobrado para que nada se pierda. Entonces los recogieron y llenaron doce cestos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.» (Juan 6, 5-13)
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