“Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna”. El Señor hace un llamamiento a no fatigarse exclusivamente por los bienes materiales de este mundo ya que no pueden colmar las expectativas del corazón del hombre.
Cuando la criatura humana se entrega a la adoración del consumo y el bienestar puramente material, el dinero, el poder, el éxito a cualquier precio, se arrodilla ante realidades que son menores que él, somete su corazón a una estafa y su sed de eternidad queda frustrada.
¡Busquemos a Dios! ¡No le demos la espalda cifrando nuestra alegría con los dones con que Él nos ha rodeado en este mundo, lo que representaría una ingratitud y un error! Esos dones no son mayores que nosotros ni más gratificantes que quien los ha creado y nos los ofrece como provisiones para el camino de esta vida cuya meta es el cielo.
Vivir es la máxima aspiración humana. Vivir sin sobresaltos y sin todas esas cosas que hacen fatigosa amarga la existencia. Pero ¿qué entiende ordinariamente el hombre por vivir y vivir con abundancia? La gente, por lo general, piensa que la vida es dichosa cuando se goza de buena salud, cuando se tiene un trabajo no demasiado enojoso y bien retribuido, cuando se tiene un capital importante en un banco y un buen seguro de vida, cuando se dispone de una casita en el campo o en la playa, un buen coche..., y cosas semejantes, cuando todo marcha sobre ruedas, como suele decirse. El Señor no quiere que renunciemos a los bienes que nos ha dado en la vida, lo que desea es que no los pongamos al servicio del egoísmo y la comodidad y, sobre todo, que nos alejen de Él, olvidándole.
No deberíamos entender el cristianismo como enemigo del cuerpo, esto es, de todo lo que es alegría, bienestar... Jesucristo se ha hecho hombre, ha vivido en un cuerpo de carne y hueso como el nuestro. Él se sentó gustoso a la mesa de ricos y pobres, participó en muchas de las fiestas de su pueblo, en una de ellas, en Caná, hizo su primer milagro. Iba bien vestido y se rodeó de colaboradores que no todos eran pobres sino gente que pertenecía a lo que podríamos llamar la burguesía de su tiempo. Sí, Cristo tuvo un cuerpo como el nuestro, lo ha resucitado y se lo ha llevado a la gloria, a la que comparó a un gran banquete de bodas al que se debe asistir de etiqueta. Nadie ha hecho tanto por el cuerpo como Él. Pero quiere que seamos felices no unos años sino toda una eternidad. El pan de esta vida alimenta unos años, el pan de Dios es el que “da la vida al mundo”.
¿Y cómo llegar a tener vida eterna, una felicidad que colme sobreabundante las expectativas humanas? Tratando a Dios en el Pan y en la Palabra: en la Santa Misa y en la escucha atenta de su Palabra “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios’, dijo el Señor. -¡Pan y palabra!: Hostia y oración. Si no, no vivirás vida sobrenatural” (S. Josemaría Escrivá).
«Al día siguiente, la multitud que estaba al otro lado del mar vio que no había allí más que una sola barca, y que Jesús no había subido a la barca con sus discípulos, sino que éstos se habían marchado solos. Llegaron otras barcas de Tiberíades, junto al lugar donde habían comido el pan después de haber dado gracias el Señor: Cuando vio la multitud que Jesús no estaba allí ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún buscando a Jesús. Y al encontrarle al otro lado del mar, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste aquí? Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no por haber visto los milagros, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad no por el alimento que perece sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre, pues a éste lo confirmó con su sello Dios Padre. Ellos le preguntaron: ¿Qué haremos para realizar las obras de Dios? Jesús les respondió: Esta es la obra de Dios, que creáis en quien Él ha enviado.
«Le dijeron: ¿Pues qué milagro haces tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras realizas tú? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del Cielo. Les respondió Jesús: En verdad, en verdad os digo que no os dio Moisés el pan del Cielo, sino que mi Padre os da el verdadero pan del Cielo. Pues el pan de Dios es el que ha bajado del Cielo y da la vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de este pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de vida; el que viene a mino tendrá hambre, y el que cree en mino tendrá nunca sed» (Jn 6, 22-35).
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