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domingo, 21 de marzo de 2010

EL DIA DEL SEÑOR


Estamos en el domingo 5º de Cuaresma. A través de las lecturas de hoy el Señor nos alienta a culminar este tiempo de conversión. En la lectura de Isaías nos anima con las palabras que dirigía a su pueblo: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo... Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo...; para apagar la sed de mi pueblo escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza” (1).

La conversión cuaresmal en un don de Dios. El Señor la desea ardientemente. Nos concede la luz para conocerla y el auxilio divino para realizarla.

Nuestros pecados, errores y equivocaciones, incluso el poco empeño en responder a esta llamada cuaresmal, no son un obstáculo a la misericordia de Dios. Como a la mujer del evangelio, el Señor no nos condena, no nos olvida, nos perdona, sana la enfermedad del corazón, nos ayuda a recuperar la dignidad perdida y nos invita, de su mano, a comenzar una vida nueva. Nos interesa contemplar despacio esta escena.
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Jesús se incorporó y le dijo: Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado? Las palabras de Jesús están llenas de ternura y de indulgencia, manifestación del perdón y la misericordia infinita de Dios. Y contestó enseguida: Ninguno, Señor. Y Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno; vete y desde ahora no peques más. Podemos imaginar la enorme alegría de aquella mujer, sus deseos de comenzar de nuevo, su profundo amor a Cristo.

En su alma, manchada por el pecado y por su pública vergüenza, se ha realizado un cambio tan profundo, que sólo podemos entreverlo a la luz de la fe. La mujer se siente curada de la grave enfermedad de su corazón, liberada de su miseria, perdonada su ofensa a Dios y al prójimo. Al mismo tiempo, recupera la gracia divina, su dignidad incomparable de hija de Dios.

En la mirada de Jesús lee el amor infinito de Dios que la ha curado en su corazón, la ha perdonado y ha olvidado por completo sus ofensas. Se cumplen las palabras del profeta Isaías que citábamos al principio.
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Hoy nos parece una monstruosidad emprenderla a pedradas con una mujer hasta matarla por un pecado de adulterio. Pero, ¿qué habría que pensar de esos linchamientos a los que puede verse sometida una persona o una institución por medios de comunicación sin escrúpulos? La saña de ciertos fariseos actuales convierte a éstos del tiempo de Jesús en unos pobres diablos. Ellos además tuvieron el decoro de quitarse de en medio cuando fueron situados frente a sus conciencias, lo que hoy no se produce siempre.

Meditemos en la actitud de Jesús en esta escena y aprendamos. Hemos de tomar “la decisión de no entristecernos nunca, si nuestra conducta recta es mal entendida por otros; si el bien que -con la ayuda continua del Señor procuramos realizar, es interpretado torcidamente, atribuyéndonos, a través de un ilícito proceso a las intenciones, designios de mal, conducta dolosa y simuladora. Perdonemos siempre, con la sonrisa en los labios. Hablemos claramente, sin rencor, cuando pensemos en conciencia que debemos hablar. Y dejemos todo en las manos de Nuestro Padre Dios, con un divino silencio -Iesus autem tacebat [6], Jesús callaba-, si se trata de ataques personales, por brutales e indecorosos que sean. Preocupémonos sólo de hacer buenas obras, que El se encargará de que brillen delante de los hombres [7]”. (8)

Juan Ramón Domínguez

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