El 22 de abril se conmemora el IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes (aunque fue registrada el día 23). A estas alturas, parece que todo está dicho y estudiado sobre su vida y su obra; sin embargo, continúan apareciendo estudios parciales, ediciones críticas, traducciones, adaptaciones, novelas basadas en sus personajes y su mundo, y numerosos libros biográficos.
En los últimos meses, por destacar solo algunos títulos, se han publicado tres nuevas biografías. La primera, de Jordi Gracia, lleva por título La conquista de la ironía (1). De la segunda, de José Manuel Lucía Megías, presidente de honor de la Asociación de Cervantistas, ha aparecido el primer volumen (el segundo saldrá en otoño), titulado La juventud de Cervantes. Una vida en construcción (2): abarca los primeros treinta años, hasta el regreso a España tras el cautiverio en Argel. La tercera es de carácter más divulgativo,Breve historia de Cervantes (3), escrita por José Miguel Cabañas, y resume los datos más destacables de su biografía.
En sus obras, de manera especial en el Quijote, los valores cristianos vienen presentados de manera simpática y positiva, sin que se aprecie trampa, cálculo o miedo en sus opiniones. Esta presencia natural y habitual lleva a Jordi Gracia a destacar “la omnipresencia de un humanismo cristiano en la voz de don Quijote”, que es un eco de lo que pensaba el propio autor. Por ejemplo, su última obra, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, es un compendio de su cosmovisión católica de la condición humana.
Sin embargo, de esto apenas se habla hoy día. Hay estudios sobre la presencia de las citas bíblicas en el Quijote, su consideración de los judíos y de los musulmanes, la opinión de Cervantes sobre la expulsión de los moriscos, etc., pero no se considera determinante en la actitud del autor –ni en la de sus personajes más logrados, don Quijote y Sancho– la fuerte creencia en la trascendencia de los valores religiosos, también en la aplicación social.
Pocos críticos han buceado en la fuerza que los ideales religiosos tuvieron en su vida y que se trasladaron también a su literatura. En cambio, buscando desesperadamente signos de heterodoxia, se ha subrayado el “erasmismo” de Cervantes, un ideal de reforma dentro de la Iglesia que, si en principio fue buen acogido por su vuelta a los valores esenciales del cristianismo, después del Concilio de Trento fue considerado doctrinalmente sospechoso por la Inquisición, por coincidir con algunos postulados protestantes. Pero parece forzado incluir a Cervantes en esta corriente.
Y cuando se habla en el Quijote de los ideales de justicia, igualdad, libertad, tolerancia, aprecio por los débiles, respeto por la opinión y dignidad de las mujeres… ideales defendidos con firmeza por sus protagonistas y tan alabados por buena parte de la crítica, no se menciona que proceden también de sus sentimientos religiosos, como si fuesen mundos paralelos. Y si se destacan los nobles y generosos ideales de la caballería, que Cervantes quiere que vuelvan a brillar en la sociedad a través de don Quijote, habría que mencionar su origen cristiano.
Al contrario, se prefiere la caída en el tópico y presentar los sentimientos religiosos de Cervantes como una mera estrategia de supervivencia y sumisión al poder religioso y político, trasladando la mentalidad actual a la época cervantina. Incluso he leído que su pertenencia a la Orden Tercera tenía como finalidad ahorrarse los gastos del entierro: curiosa manera de despachar una decisión tan querida y deseada por Cervantes. Parece que algunos, con tal que la gloria del literato no se contagie a su fe, antes quieren rebajarlo a hipócrita que reconocerlo cristiano sincero.
Adolfo Torrecilla
Aceprensa
Aceprensa
No hay comentarios:
Publicar un comentario