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sábado, 11 de mayo de 2024

La Ascensión del Señor

La Ascensión es la glorificación del Resucitado después de salvarnos en la Cruz, es prenda de nuestra futura resurrección y, por ello, fuente de nuestra esperanza. Acompaño mis reflexiones.
Hoy es un día muy grande. Hoy Cristo nos ha abierto las puertas del cielo al elevar victoriosamente su Humanidad Santísima a la gloria del Padre a la vista de los suyos en el escenario de su aparente derrota. "Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios". 
También nosotros nos unimos a esa alegría por el triunfo del Señor, preludio del nuestro porque somos miembros de su Cuerpo, y, como los discípulos, alabamos a Dios pensando: "No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor" (S. 117).
Alabar a Dios es un privilegio del hombre, una prueba de su dignidad. Conmoverse ante la grandeza de Dios, es abrirse al mensaje que nos llega de lo alto, un homenaje a todo lo que es Sabiduría, Bondad y Belleza, lo cual nos engrandece porque mostramos que somos capaces de apreciarlo, al paso que nos vuelve también mejores. 
La alabanza a Dios por ser quien es y por todos sus beneficios brota con espontaneidad del corazón humano. Esa alabanza encuentra en la Santa Misa su expresión más alta y más grata a Dios. Ella es la alabanza perfecta. 
Los primeros cristianos expresaban al Señor su gratitud justamente así: "El domingo, nos dice S. Justino, teníamos todos juntos la asamblea, porque es el día primero en el que Dios creó el mundo...; y porque Jesucristo, Nuestro Redentor, resucitó este día de entre los muertos".
"Estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios", nos dice el Evangelio de hoy. Que la obligada atención a las cosas de este mundo no nos impida alabar al Dios que hizo el mundo y todas las cosas. 

Antes de ir hacia la derecha del Padre, Jesús deja una tarea ambiciosa: la de evangelizar no solamente al pueblo de Israel o al imperio romano, sino al mundo entero, a toda la creación. «Parece de verdad demasiado audaz el encargo que Jesús confía a un pequeño grupo de hombres sencillos y sin grandes capacidades intelectuales. Sin embargo, esta reducida compañía, irrelevante frente a las grandes potencias del mundo, es invitada a llevar el mensaje de amor y de misericordia de Jesús a cada rincón de la tierra»(Papa Francisco)

También nosotros hemos recibido ese mismo encargo divino, y por eso sentimos tan cercano aquel día en el que Jesús subió al cielo. San Josemaría decía que «el apostolado es como la respiración del cristiano: no puede vivir un hijo de Dios, sin ese latir espiritual. Nos recuerda la fiesta de hoy que el celo por las almas es un mandato amoroso del Señor, que, al subir a su gloria, nos envía como testigos suyos por el orbe entero. Grande es nuestra responsabilidad: porque ser testigo de Cristo supone, antes que nada, procurar comportarnos según su doctrina, luchar para que nuestra conducta recuerde a Jesús, evoque su figura amabilísima. Hemos de conducirnos de tal manera, que los demás puedan decir, al vernos: este es cristiano, porque no odia, porque sabe comprender, porque no es fanático, porque está por encima de los instintos, porque es sacrificado, porque manifiesta sentimientos de paz, porque ama»(San Josemaría).


En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».
Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban (Mc 16,15-20)



Juan Ramón Domínguez Palacios /
http://lacrestadelaola2028.blogspot.com

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