Del 8 al 13 de agosto, Mons. Fernando Ocáriz ha realizado su primer viaje pastoral como prelado a Bolivia. Resumen de actividades y palabras.
El último tramo de la estadía de Mons. Ocáriz en Bolivia tuvo lugar en Santa Cruz, con dos encuentros en una sala del aeropuerto —por la suspensión de un vuelo no pudo visitar los centros de esa ciudad—, con las personas de la Obra y otros amigos.
En el almuerzo, Santiago le contó la historia de Alberto Seleme, el primer supernumerario de Santa Cruz, un psiquiatra que estudió en la Universidad de Navarra y conoció a san Josemaría. Pidió la admisión a la Obra en uno de los viajes a Santa Cruz del padre Danilo, antes de que hubiera labor estable en el país. Al poco tiempo, falleció de cáncer. Cuando estaba en construcción la nueva sede de Sutó, un centro del Opus Dei en Santa Cruz, las calles de la zona se señalizaban con números. Sin embargo, tenían un nombre asignado: la calle de Sutó se llamaba Dr. Alberto Seleme. A partir de ese momento, lo tuvieron como un intercesor especial para sacar adelante la iniciativa.
En el primer encuentro, el prelado explicó que “el apostolado es querer a la gente”. Le preguntaron por temas de familia y promoción social, oración y educación de los hijos. No faltó el regalo de un sombrero camba, abrazos y bendiciones.
Un rato más tarde, le esperaban algunas niñas vestidas con el tipoy, un traje típico cruceño, y un niño con un sombrero de sao, también de esta zona. Hubo tiempo para varias preguntas de cooperadoras y mujeres de la Obra. Se interesaron por cómo había conocido el Opus Dei y los nombres de su madre y de su padre. Otras de las preguntas trataron sobre el sentido del dolor a raíz de la pérdida de un hijo y la práctica de la fe en la familia. Fueron 25 minutos de tertulia. Alrededor de las 17.30 el vuelo del prelado despegó rumbo a Asunción.
Por la mañana, el prelado acudió a algunos Centros y a distintas iniciativas educativas y sociales promovidas por fieles de la Obra, cooperadores y amigos.
A las 10.45 lo esperaban en el club Hontanar un grupo de chicas que frecuentan las actividades de este centro de formación. Pili, Susy y Ely, directivas del club, le dieron la bienvenida, contándole las ventajas de tener, desde este año, una nueva sede. Luego de prender una vela y rezar la Salve ante una bonita imagen de la Virgen, lo saludaron y se sacaron una foto en el jardín, junto con chicas de Perú y Santa Cruz de la Sierra.
Llegó al colegio Horizontes a las 11 de la mañana. En la sala de música se había preparado un estrado para un breve encuentro con profesoras y personal administrativo. Mons. Fernando Ocáriz les recordó la importancia de la labor formativa y de promoción humana y cristiana que realizan allí. A la pregunta de Caro, profesora de matemáticas y, además, bombera voluntaria, respondió que, a través de esa asignatura, se puede ayudar a descubrir a Dios. Antes de visitar la capilla del colegio, dedicada a san Josemaría, bendijo a dos profesoras embarazadas.
La mañana concluyó con la Santa Misa para las familias en el colegio Cumbre. Además, se reunió con todos los empleados del colegio: los animó en la importante tarea que tenían entre manos, y los instó a hacerla con mucha alegría.
La concelebración eucarística del domingo se realizó en el polideportivo del colegio, acondicionado para la ocasión. Varias familias realizaron las lecturas, y participaron en el coro, las intenciones y las ofrendas. En la homilía, siguiendo al profeta Elías, dijo: “En nuestra vida hay un largo camino que recorrer, con sus momentos fáciles y sus momentos difíciles. En momentos fáciles, demos gracias a Dios; y en los difíciles, confiemos en el Señor”. En la línea del Evangelio del día, indicó que en la Eucaristía encontramos la fuerza para santificar la vida ordinaria, de “preocuparnos por los demás… en la familia, en el trabajo”. Terminó invocando a María, medianera de todas las gracias.
Almorzó en el club Huayna y dio una breve charla, en la que participaron, también, unos chicos peruanos que habían estado en Juli realizando tareas solidarias. Posteriormente, se dirigió al CEFIM, instituto de gastronomía que capacita desde hace 29 años a mujeres para mejorar sus oportunidades laborales: parte del trayecto fue en teleférico, acompañado, entre otros, por Diego, ingeniero especialista en el tema, que le fue contando sobre el funcionamiento de la red y describiendo la ciudad que se ve, desde arriba, en una perspectiva especial.
En el CEFIM, el prelado conversó con las directivas, profesoras, alumnas y señoras que colaboran con este proyecto, y conoció con detalle las instalaciones. Brisa le habló sobre “La Especiería”, la marca de repostería que recientemente ha lanzado el CEFIM. Al recorrer el edificio, tuvo encuentros divertidos con las alumnas que se empeñaban en que probase las diferentes especialidades que habían preparado para la ocasión: cuñapés, jugos de frutas, etc. Varias le pidieron la bendición de las manos, su “instrumento” de trabajo. Con todas tuvo palabras de agradecimiento y aliento por la labor que se hace en este Instituto. En Illawa, la residencia aneja al CEFIM, lo esperaban las residentes. Al bajar tuvo un breve encuentro con las familias de Lidia, Claudia y Basi, que trabajan allí.
De allí se dirigió a Thaki, en donde pudieron saludarle muchas familias y un grupo de cooperadoras de Cochabamba. Los niños estuvieron felices con los dulces que el Padre entregó a cada uno. Hubo fotos, selfies, preguntas, pedidos de oraciones por intenciones particulares.
El día terminó con la cena en Río Abajo y un último encuentro en La Casita, donde cantaron una canción a la Virgen escrita por una de las presentes, en la que se va describiendo la geografía y gente de la zona. El prelado agradeció todos los detalles y cuidados de estos días.
Hoy fue el día de los encuentros: dos en el jardín del centro de convenciones La Estancia y uno en Río Abajo. El día acompañó con un cielo azul y brillante los encuentros al aire libre.
En la primera tertulia, Mons. Ocáriz comenzó evocando la fe de san Josemaría y comentando el evangelio del día: “La fe traslada montañas; nada es imposible para quien tiene fe. Por eso, tenemos que ser personas de mucha fe, de mucha confianza en el Señor. Confianza en que Dios nos ha elegido como somos”. Y, luego, concluyó: “Esto también tiene como consecuencia que tenemos que estar muy contentos siempre, a pesar de las dificultades”.
Natalia, de Santa Cruz, comentó que al día siguiente de conocer la Obra ya estaba ayudando a buscar fondos para diversas necesidades del Centro y se sentía parte del proyecto. Intervinieron también Valeria, de Cochabamba, y Katterine, nadadora olímpica que vive en Santa Cruz. Por su parte, Leo, de Potosí, contó que conoció la Obra a través de una supernumeraria de Mendoza (Argentina) con quien trabajó.
Luego del mediodía el prelado estuvo en La Casita, en un ambiente distendido de chistes y anécdotas. A las cuatro, comenzó la reunión con chicas jóvenes: la bienvenida fue presidida por un cartel: "¡Padre! ¡Gracias por estar!" En el jardín bailaron una cueca boliviana, vestidas con los trajes típicos de La Paz, Cochabamba, Potosí, Tarija y Chuquisaca.
Lucía le preguntó cómo ser constante con lo que una se propone: el prelado destacó la importancia de la virtud del orden, de modo particular, cuando es necesario hacerse tiempo para rezar en medio de todas las ocupaciones del día.
MONS. OCÁRIZ RECOMENDÓ PEDIR EN LA ORACIÓN, LUZ PARA VER, Y FUERZA PARA QUERER
Rafaela, de 15 años, contó que hace unos meses estuvo en la terapia intensiva varios días y eso le había llevado a acercarse mucho más a Dios y preguntó cómo hacer para descubrir lo que Dios quiere de cada persona. Mons. Ocáriz le recomendó pedir en la oración, luz para ver, y fuerza para querer.
El encuentro de la tarde noche en Río Abajo comenzó con una bienvenida de José, en quechua, recordando los 40 años del comienzo de la labor apostólica de la Obra en Bolivia. En representación de los cooperadores de la Obra en el país, Carlos le entregó un Cristo Crucificado de estilo colonial, que posiblemente (se están concluyendo las investigaciones) perteneció a la venerable Virginia Blanco.
Ante diversas preguntas, el prelado varias veces repitió: “Para todo, lo primero, la oración”. Y glosando esta idea, ante la noticia de que Pablo peregrinará pronto a Tierra Santa, destacó que “no estamos siguiendo un esquema de vida, estamos siguiendo a Alguien”, a Jesús. Finalmente, como otras veces en este viaje pastoral, remarcó la importancia del apostolado de la familia para la Iglesia. Llamó, especialmente, a que haya “verdadera amistad entre las familias” para ayudarse en la vida cristiana.
Después de cenar, quiso agradecer a quienes habían preparado para la ocasión un buffet de comidas tradicionales de “alasitas” (miniaturas).
Tras una mañana de conversaciones personales, el prelado se reunió con un grupo de mujeres en La Casita, una zona de la Casa de convivencias Río Abajo. Lo recibieron cantando “Píntame Bolivia”, que describe las distintas zonas geográficas del país.
En un rato de tertulia, Lidia le contó las circunstancias de la muerte reciente de dos hermanos y la enfermedad grave de otro. El padre le animó a hacerse fuerte con la esperanza y la oración, a la vez que nos pidió que en ese momento encomendáramos a toda la familia. Por su parte, Carmen, psicóloga y madre de tres hijos, le contó que hace 21 años Mons. Echevarría, el anterior prelado del Opus Dei, había bendecido a su bebé cuando ella estaba aún embarazada. Ahora, ya en una nueva etapa de la vida, abrió las puertas de su casa para organizar reuniones con cooperadoras de la Obra, la catequesis del Niño Jesús y una biblioteca circulante.
Nicolás, Jorge y Joaquín danzaron un Tinku.
Al terminar la charla, Mons. Ocáriz plantó una acacia en el jardín y saludó a la familia de Santiago y Leticia, caseros de Río Abajo; a Alfredo, Gladys y Janet.
Por la tarde, recibió en Río Abajo al arzobispo de La Paz, Mons. Edmundo Abastoflor; al obispo auxiliar y secretario de la Conferencia Episcopal, Mons. Aurelio Pesoa; y el obispo castrense, Mons. Fernando Bascopé. Fue una reunión muy amena y cordial, en la que comentaron sobre los desafíos de la Iglesia en Bolivia y el mundo. Al finalizar, se tomaron una fotografía, prometieron oraciones recíprocas y rezaron juntos un avemaría.
El prelado charló con un grupo de estudiantes de La Paz, Cochabamba y Santa Cruz. Nicolás, Jorge y Joaquín danzaron un Tinku que, como Diego explicó, es una danza guerrera preincaica de Potosí, y se llevaron aplausos y un abrazo de agradecimiento.
Luego, en el living contaron anécdotas e hicieron varias preguntas: relación entre ciencia y fe, compromiso por sacar adelante el país, sinceridad para aprovechar el tiempo a la hora de ver películas y series, sugerencias para combatir la flojera, generosidad para ayudar a los demás…
Lucas, después de interpretar en órgano el tango “Por una cabeza”, dijo que le gustan mucho las redes sociales. Nicolás le consultó cómo distinguir entre caridad y soberbia cuando debía corregir a alguno de sus hermanos menores. El prelado le propuso un “sistema”: la alegría. “Si vas a decir algo enfadado o con disgusto, ahí está la soberbia. En cambio, si actúas contento ya puede ser signo de la caridad”. Y agregó: “Que no sea como una reacción porque algo te ha molestado a ti, sino que sea siempre algo que le pueda ayudar al otro”.
Respondiendo a Juani, que le entregó en representación del Huayna un “lluchu” —gorro andino típico de Bolivia—, destacó la virtud cristiana del patriotismo: “El país donde nos hemos criado nos ha dado mucho… y tenemos un deber de correspondencia”. Ver la necesidad de desarrollo que hay el país, nos lleva a la generosidad de “movernos por el bien común y no solo el bien propio: somos responsables del conjunto, no solo de lo nuestro”.
Cuando empezaba a anochecer la casa tomó otro tono, mientras se llenaba de las 24 familias que venían a saludar al prelado. Daniel y Carla, ambos con doctorado en Física, le propusieron a Mons. Ocáriz un acertijo de colegas, algo que ver con Newton y Pascal, que distendió el ambiente para que le presentaran a sus siete hijos.
María Eugenia le mostró una foto de su hijo Mauricio, que falleció a los 39 años, al caer del techo de una Iglesia que estaba ayudando a restaurar.
El día concluyó con una sesión de fotos, algunas actuales y otras antiguas, por ejemplo, las que recordaban los 40 años del inicio de la labor apostólica de la Obra en Bolivia, en la que aparecían el padre Danilo, que había conocido el Opus Dei en Estados Unidos, el padre Gabriel y Alberto: los tres que un 7 de junio de 1978 desembarcaron en La Paz para comenzar. El álbum incluía, también, imágenes del viaje de don Javier en 1997, y el Padre identificó con cariño a Nancy, la pequeña niña cholita que se sentó junto a él en el sofá del escenario.
El prelado pisó tierra boliviana, procedente de Buenos Aires el pasado 8 de agosto por la tarde. El avión hizo una escala en Santa Cruz de la Sierra. Mons. Ocáriz pudo conversar en el aeropuerto con un grupo de fieles del Opus Dei que viven en esa ciudad, mientras esperaba el vuelo hacia La Paz. Animó a los presentes a seguir trabajando con optimismo, alegría y esperanza. Lo despidieron cantándole la canción tradicional “Camba tierra encantada”, que recuerda el verde, los ríos, los aromas, la selva y la dulzura de caña madura.
Llegó al aeropuerto de El Alto, a 4000 metros de altura, a última hora del día, y pudo saludar al padre Marcelo, vicario de la Obra en Bolivia y algunos fieles del Opus Dei bolivianos: Sergio, Diego y Santiago. La familia Medina le entregó de regalo una barquita de cerámica, típica del país. Luego viajó a Río Abajo (3050 metros de altura), una casa de convivencias en la que se alojará hasta el lunes. El jueves fue un día sereno, necesario para aclimatarse a la altura.
Diego contó algunas anécdotas sobre la red de teleféricos de La Paz, la más grande del mundo; Sebastián, sobre un nuevo proyecto educativo en Santa Cruz de la Sierra. Excursiones de montaña, anécdotas del trabajo y de la familia: las pequeñas historias que hilvanan el día a día de la labor de la Obra en estas tierras.
Por la tarde, en La Casita de Río Abajo, se encontró con un grupo de mujeres de la Obra de Bolivia y Perú. Lo recibieron con un típico saludo aymara, muy cordial y acogedor: “¡Jallalla, Padre!”, que en su significado une los conceptos de esperanza, festejo y bienaventuranza.
Loli le dio una enorme llave que le mandaban las socias del club juvenil Hontanar para invitarlo a ir a conocer la nueva sede que se acaba de inaugurar. Basi le contó que habían organizado una kermesse para juntar fondos para el oratorio de Illawa, otro de los centros de La Paz, y le dio un burrito de madera. El prelado agradeció especialmente el trabajo de las personas que atienden los servicios de la casa de convivencias y las animó a todas a promover el trato con Dios, sin pensar en las dificultades.
Alejandra, que perdió a su marido en un accidente hace once años cuando su hija tenía cinco días de nacida, contó que, a partir de un favor recibido, el beato Álvaro se convirtió en el aliado principal para sacar adelante una labor social con chicos en situación de calle. Después cantaron una canción a la Virgen de Copacabana, compuesta por Susana, que fue una de las primeras fieles de la Obra que llegó a Bolivia en 1979.
Fernando y Clemente, sacerdotes, tomaron el té con Mons. Ocáriz y le regalaron unos productos típicos de la zona de Juli, una chuspa y un lluchu. Por la noche, Carlos entregó al prelado unos pins con forma de burrito, regalo de Marcelo y Akemi, destinados -luego de ser bendecidos- a personas que compartan la “teología del burrito” de san Josemaría: trabajo esforzado, día a día, que produce mucho fruto.
opusdei.es
Juan Ramón Domínguez Palacios
http://lacrestadelaola2028.blogspot.com
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