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sábado, 11 de noviembre de 2023

El día del Señor: domingo 32º T.O. (A)

El Señor nos muestra que es necesario prepararnos para nuestros encuentos diarios con Ël, preludio del encuentro decisivo al final de nuestras vidas. Acompaño mis reflexiones.

En la época del Señor las bodas se celebraban tradicionalmente por la noche. Por eso, los invitados traían consigo unas lámparas encendidas. Haciendo referencia a esta costumbre, Jesús habló de unas doncellas que salieron a esperar al novio. 
«Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes; pero las necias, al tomar sus lámparas, no llevaron consigo aceite; las prudentes, en cambio, junto con las lámparas llevaron aceite en sus alcuzas» (Mt 25,2-4). Cuando las mujeres oyeron que se acercaba el esposo, las necias se dieron cuenta de que no tenían aceite y fueron a comprarlo. Y justo en ese momento llegó el novio y solo las prudentes entraron con él en el banquete. Las otras, cuando volvieron, fueron rechazadas, pues ya era demasiado tarde.

Con esta parábola, el Señor nos muestra que es necesario prepararse para su llegada. «No solo para el encuentro final, sino también para los pequeños y grandes encuentros de cada día en vista de ese encuentro, para el cual no basta la lámpara de la fe, también se necesita el aceite de la caridad. Por eso muchos autores han visto en el aceite «un símbolo del amor, que no se puede comprar, sino que se recibe como don, se conserva en lo más íntimo y se practica en las obras. Esta es la sabiduría de la que nos habla la primera lectura de hoy: «Es resplandeciente e imperecedera, los que la aman la contemplan con facilidad, los que la buscan, la encuentran» (Sab 6,12).

La sabiduría y la prudencia nos llevan a aprovechar nuestra vida terrena para iluminar a los demás con el aceite de nuestras buenas obras. San Josemaría compuso una oración al Espíritu Santo en la que le pedía su fuerza para no retrasar su respuesta a la llamada divina: «Ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad... He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después..., mañana. Nunc coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte»[3]. Y en un punto de Camino, escribió: «Pórtate bien “ahora”, sin acordarte de “ayer”, que ya pasó, y sin preocuparte de “mañana”, que no sabes si llegará para ti»[4]. Cada día nos ofrece muchas oportunidades para mantener nuestra lámpara encendida: realizar bien nuestro trabajo, tener detalles de servicio con los demás, cuidar los ratos dedicados a la oración… En esos momentos podemos salir a recibir del Señor que pasa por nuestra vida y que nos esperará un día en el encuentro final.

La parábola que acabamos de escuchar es también una llamada a enfocar nuestra vida como una preparación para en encuentro definitivo con Jesucristo, que no sabemos cuándo se producirá y que, por tanto, debemos aguardar con vigilante conciencia. ”Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora”. 

Estas diez jóvenes representan a la humanidad que se compone de quienes viven pendientes de Dios y de sus indicaciones, y de quienes, lamentablemente, viven con la lámpara del aceite -la fe y el amor- apagada. La parábola se centra en la llegada del Señor: el momento de la muerte. Quienes están preparadas a la llegada del esposo entran en el banquete eterno, una fiesta preparada por el mismo Dios.

“Cuando lleguemos a la presencia de Dios, decía Newman, se nos preguntarán dos cosas: si estábamos en la Iglesia y si trabajábamos en la Iglesia. Todo lo demás no tiene valor. Si hemos sido ricos o pobres, si nos hemos ilustrado o no, si hemos sido dichosos o desgraciados, si hemos estado enfermos o sanos, si hemos tenido buen nombre o malo”. 

Si Jesucristo saliera hoy a nuestro encuentro ¿nos encontraría vigilantes, con las manos llenas de buenas obras? Debemos tener el valor de hacernos esta pregunta porque al abandonar el escenario de esta mundo, entraremos en la gran fiesta del Reino de los Cielos o encontraremos cerradas las puertas para siempre.

Esta celebración podría ser un buen momento para detenernos a considerar qué sentido estamos imprimiendo a nuestros días, al trato con quienes nos rodean, al trabajo, al descanso, a fin de rectificar lo que en nuestra vida no está iluminado por la luz de las enseñanzas de Jesucristo. “Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor”. “El examen diario es el amigo que nos despierta cuando la laxitud del sueño nos vence. Es la garantía y la tranquilidad en nuestra obligada vigilia. Acudamos a él con valentía” (San Josemaría Escrivá).

Este examen de conciencia puede operar un cambio de rumbo si fuera necesario o aderezar la lámpara de la fe, la esperanza y el amor -como hicieron las vírgenes prudentes- que nos lleve a hacer una buena Confesión con el consiguiente propósito de enmendar el rumbo de nuestra vida cristiana.

“Velad”, dice Jesús. No es una tarea negativa que sitúe la lucha interior en la frontera del pecado, es un saber orientar todo hacia el Señor con el deseo de agradarle. “Vela con el corazón, dice S. Agustín, vela con la fe, con la caridad, con las obras... Adereza las lámparas procurando que no se apaguen; cébalas con el aceite de una conciencia recta... para que Él te introduzca en el festín, donde ya nunca se extinguirá tu lámpara” (Serm 94). 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco, de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz:

-«¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!» Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas.
Y las necias dijeron a las sensatas: -«Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.»
Pero las sensatas contestaron: -«Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.»
Mientras iban a comprarlo llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:
-«Señor, señor, ábrenos.»
Pero él respondió: -«Os lo aseguro: no os conozco.»
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora” (Mateo 25,1-13).

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