Es hora de abandonarse en los brazos del Buen Pastor y sentir la resposabilidad de ser buenos pastores para los que nos rodean. Acompaño mis reflexiones.
“Dios todopoderoso y eterno que has dado a tu Iglesia el gozo inmenso de la resurrección de Jesucristo; concédenos... que el rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor”. Jesucristo, triunfador de la muerte, es la puerta que nos franquea la entrada en la eternidad.
Sin fe en una vida distinta y mejor, la existencia humana se convierte en una broma cruel ante la realidad incuestionable de la muerte. Todos los sacrificios y desvelos por nuestra familia, los esfuerzos e ilusiones en el trabajo, los proyectos, aquello por lo que noblemente nos hemos esforzado, un día serían cenizas sin la esperanza de la resurrección.
Los cristianos, sin embargo, sabemos que Jesucristo tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa y es el guía seguro hacia la inmortalidad que el corazón humano anhela. “El Señor es mi pastor, nada me falta... habitaré en la casa del Señor por años sin término” (s. 22).
“Tengo además otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer”. El Señor ha querido asociarnos a esta tarea en un tiempo en que mucha gente, absorbida por el trabajo diario, se desentiende del cuidado de su alma, olvidando que él es el alma de todo cuidado. Oscurecido así el sentido eterno de su vida, el hombre anda disperso, como oveja descarriada, sin referentes claros y con el peligro de deshumanizarse. Hoy es frecuente la queja por el olvido de esos valores cristianos. Un ejemplo: se dejan cosas que aparentemente no son útiles porque no se ve el resultado inmediato que producen y se corre el peligro de abandonar a las personas que no son útiles porque no se adaptan a la máquina en la que algunos convierten este mundo.
Cada uno debería plantearse con sinceridad: ¿qué puedo hacer yo por quienes no conocen a Jesucristo y andan como ovejas sin pastor expuestas a la voracidad de depredadores sin conciencia? ¿Qué estoy haciendo, efectivamente y a diario, para que en mi familia, en mi lugar de trabajo, en la agrupación social, cultural o deportiva de la que formo parte, Jesucristo, la única garantía de vida eterna, sea conocido y querido? ¿Procuro con prudencia y sentido de la oportunidad proponer temas de conversación que sensibilice en esta dirección las conciencias de quienes conozco?
En colaboración con tantos que -cristianos o no- sienten la preocupación por el olvido de unos valores sin los cuales no sólo nos cerramos las puertas del cielo sino la de la paz ciudadana, hemos de procurar que en todos los ámbitos de la sociedad civil se respeten los criterios cristianos. Los órganos de gobierno de las ciudades, partidos políticos y sindicatos, colegios profesionales, entidades financieras, culturales y deportivas..., no deberían hacer oídos sordos a la voz del Buen Pastor. Hay que saber enfrentarse con tolerancia cristiana a la resistencia inicial a un cambio de mentalidad o al sectarismo, exponiendo nuestras convicciones cristianas con apacible firmeza.
Esto no es un sueño irrealizable, porque son mayoría los que están a favor de la verdad, el bien, la justicia, la paz, y lamentan el excesivo protagonismo de la violencia y la mentira en la sociedad, y, sobre todo, porque Dios tiene más interés en ello que nosotros: “hay otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un sólo rebaño, un sólo Pastor”.
“En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: -Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre” (Juan 10,11-18).
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