Sabemos que Cristo no fue propenso al elogio aunque tampoco lo ahorró cuando encontró en quienes le rodearon esas cualidades que hacen aptos para el Reino de Dios. La fe del centurión, de la mujer cananea, de Pedro, despertaron en Jesús un torrente de elogios.
También la sinceridad fue objeto de su aplauso. He aquí un verdadero israelita en quien no hay doblez ni engaño, dijo cuando le presentaron a Natanael. Pero la alabanza más grande que brotó de sus labios fue para Juan Bautista por su valentía, tal vez porque ella es el precipitado de una fe sincera.
Juan está en la cárcel por haber tenido el coraje de recordarle a Herodes que no le era lícito vivir con la mujer de su hermano. Por eso Jesús dirá a quienes le escuchaban: "¿Qué salisteis a ver en el desierto, una caña sacudida por el viento?". Esto es, un hombre que se inclina ante las presiones del ambiente? En este Adviento, preparación para la llegada de Cristo, tanto en la próxima Navidad como en su aparición al final de los tiempos, la Iglesia nos recuerda la necesidad de la valentía para no silenciar nuestra condición de cristianos.
Vivimos en una sociedad plural, donde familiares y amigos tienen, a veces, una concepción de la vida que no es cristiana. Tarea nuestra será respetar a las personas y sus ideas sabiendo convivir con todos. Pero una cosa es el respeto a los demás y otra, muy distinta, el respeto humano: la falta de valor para, con un trato delicado y paciente, intercambiar puntos de vista ofreciendo a esas personas el atractivo, también humano, que tiene el vivir como Dios quiere. Sabemos que Herodes, a pesar de contrariarle la advertencia de Juan Bautista, "le escuchaba con agrado" (Mc 6,20).
A nuestro alrededor hay personas a las que un drama íntimo o alguna experiencia negativa, un malentendido, les ha apartado de la fe pero conservan la nostalgia de la verdad, y si algún amigo les hablara con respeto, la recuperarían. También hay escépticos que han visto cómo muchas utopías se han derrumbado y que podrían también vibrar con la oferta de Cristo.
El elogio, ciertamente grande, que Jesús hizo del Bautista, lo hará extensivo también a nosotros si le confesamos con el ejemplo y la palabra, porque "el menor en el reino de los cielos es más grande que él".
¡Valentía para conducirnos como cristianos coherentes, sin prepotencias ni histerismos, pero también sin inhibiciones!.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo ( Mt 11, 2-11)
En aquel tiempo, Juan, que en la cárcel había tenido noticia de las obras de Cristo, envió a preguntarle por mediación de sus discípulos: ¿Eres tú el que va a venir, o esperamos a otro? Y Jesús les respondió: Id y anunciadle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y bienaventurado el que no se escandalice de mí. Cuando ellos se fueron, Jesús se puso a hablar de Juan a la multitud: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido con finos ropajes? Daos cuenta de que los que llevan finos ropajes se encuentran en los palacios reales. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os lo aseguro, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: "Mira que yo envío a mi mensajero delante de ti, para que vaya preparándote el camino". En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él.
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